En tiempos de otoño premeditado, en momentos de poner el pecho y parar las balas del aburrimiento, el sedentarismo obligado; hay cada tanto alguna noche que contagia con sus gramos de elocuencia y paz a la fuerza. Hay malhumores que se curan en un viaje de cuarenta y cinco minutos, atolondrando las ganas de salirse del tablero, de recorrer kilómetros inventados para castigar impunemente a los que nos dejan de a pie.
Y existe también un rincón en la selva de almas en pena de una semana desierta, la voz que no colma todas las expectativas pero nos inunda de esa paz que solo brinda lo bueno conocido.
Babilonia estrena vestido y años, derechos legales, deseos de calor en otros centros, esa soledad que rellenamos con sonrisas y temas de conversación que no se acaban nunca. Cantamos en la calle, a orillas de una acera apenas poblada, canciones que nos dibujaron cada tanto los contornos y nos enredaron en sus lenguas ibéricas o porteñas.
Esperamos la voz conocida, el murmullo de ternura como el último complemento, la pieza del puzzle que faltaba, eso tan lleno de sutileza que no puede decirse con palabras. Como en una ronda de amigos, las piernas enrolladas y las miradas cómplices son el escenario de las canciones de nunca y de siempre, el otoño entre las cuerdas de una guitarra y la ya bautizada voz de papagayito frágil.
Y una vez más nos espera esa lengua de cemento para empinarnos hasta casa. Con las alas cansadas y el corazón revuelto. Una vez más hacia el norte, entre migas de sueño, nos espera la nostalgia del regreso.
[un paréntesis entre las recomendaciones]
5 comentarios:
Ay, el otoño y las guitarreadas.
Nostalgia concentrada de mis veintes.
Me encanta el vértigo de esos cantos improvisados a la luz de la acera.
Un abrazo!
ahhh! describiste tan bien esa sensación y situación... los amigos y las canciones, cosas que valen la pena en el mundo
que lindo es rellenar soledades a través de tipos que cantan
"Como si de tocar el sol sin quemarnos se tratase"
excelente texto
te sigo
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