miércoles, 20 de febrero de 2008

Límites

Los segundos lugares
tienen ese olor nefasto
del fracaso.
Hay una herida pendiente,
una puerta que cubre,
con su esencia de límite,
el rincón perfecto
donde bajar la cabeza y tragar
gota a gota
el orgullo.

Sólo queda
el beneficio de la duda
como una mueca perversa,
como una farsa de milagro,
como una llave para esa puerta
que eleva un abismo
entre tu dicha y la mía.

martes, 12 de febrero de 2008

Merienda

Llegó la tarde. El hambre repartido en dos o tres momentos del día hace eco en sus estómagos.
Él se incorpora, mirando tranquilamente la avenida en hora pico, con los movimientos propios de quien no espera nada.
Pasa delante de ellas hacia el montoncito de equipaje en que consisten, tal vez, todas sus pertenencias. Debajo del rollo de polyfom hay un nylon duro, doblado al medio, que protege cuidadosamente el trozo de pan, como un envoltorio sagrado. El hombre arranca cuidadosamente un pedazo de flauta y mira el que queda sobre el nylon, casi como midiendo si este coincide con el hambre que deberían atender luego.
El sol ya no calienta sus trajes grises. Un espeso viento va enfriando la tarde.
Vuelve a su lugar en el escaloncito junto a las otras dos y convida a la pequeña con la merienda.
La mujer, mientras, revuelve buscando no sé qué en una cartera gastada, como si en ello se le fuera la vida.
La tarde se va entre menúes repetidos y gente corriendo los ómnibus, desesperados por volver hacia algún sitio.
Ahora, mientras llueve, pienso en su equipaje y en las migas de la cena.

sábado, 9 de febrero de 2008

cuaderno de anotaciones IV (compilado de verano)















































He aquí un compilado de algunos dibujos del verano, durante mis vacaciones. No son ni representativos de lo que he hecho, ni nada, pero se me ocurrió compartitrlos. Los asiduos, si quieren, pueden elegir uno para un futuro regalo de mi parte. ;)
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Misándrica

Aveces, simplemente, no hay expectativas. Y uno se mira al espejo con la misma cara cada día, incluso si es el último.
A veces lo mejor es entregarse a la suerte y no prepararse para esquivar futuros golpes, pero la lluvia estimula esa apatía absurda.
Lo empañado de los vidrios va mojando las pocas ganas de concretar algunos asuntos. Las horas vuelan, las manos se cansan de sostener cabezas que se pierden en el ruido de una ciudad abandonada.
Casi hace frío. El día se llena de "casis" y esquinas amenazadoras.
Y de nuevo esa sensación de que a veces, simplemente, no hay expectativas.
Se hunden los años de repente, todos estos años que acumularon fracasos y esperas. Al fin gana la apatía y se cierra el portón. Y ella escribe algunas líneas en un papelito arrugado, como firmando una carta de despedida:

Sé que en parte todo es mi culpa. Me empeño por que se acaben los recursos, me fijo minuciosamente en los requisitos, necesito que se cumplan todas mis reglas y si queda sin tachar algún punto de la lista: ya no sirve.
Quizás un día me encuentre el más imperfecto de los hombres y así rompa el hechizo que me ata a este idealismo. O puede que no. Puede que me encuentre un día tendida en una cama vacía, en medio de lo poco que he construido.
Pero sé que en parte tengo la culpa.
Creo que prefiero ignorar los motivos, creo que prefiero acallar mi razón y perderme en la incertidumbre. Al menos por esta vez.
Y así quizás dé el primer paso de mis ùltimos días, pero ahora sí, conscientemente sola.

La lluvia dicta algunas verdades al oído. La tormenta se espesa hacia el norte, donde los sapos salen a relucir sus cantos viscosos. Está tan frágil el día. Hasta los sapos apuestan al smoking verde y ligan algo esta noche.

miércoles, 6 de febrero de 2008

A primera vista

Tenía sus opiniones formadas al respecto, sostenía sus argumentos con firmeza. A pesar de eso, había algo que contradecía sus ideas: la sensación que tenía al escuchar las historias que algunos hombres contaban.
No creía en el amor a primera vista. Definitivamente le parecía algo tonto, digno de alguna canción barata, de una mentira para un piropo o simplemente una excusa para elaborar esos textos que alguna que otra vez, no podía negar, la habían cautivado.
Estaba lleno por ahí de historias de chicas y metros, de perfumes que se quedan prendidos por años, de tipos desesperados esperando volver a ver aquellos ojos, de rutinas de paseos y atentos admiradores, de calles inmortalizadas con encuentros casuales. Pero eran solo historias.
El amor a primera vista no existía para ella porque, simplemente, no podría nunca llegar a ser amor. Su cumbre de ideales le soplaba siempre al oído una infinidad de argumentos con que derribar esas farsas. Pero las historias seguían allí, seguían apareciéndosele en las noches de insomnio, seguía envidiando a aquellas mujeres que desprendían misterio, signos de interrogación tras sus rostros y que eran queridas, idolatradas por hombres que decían ser buena gente y les dedicaban canciones y aparatosos escritos. Ella bien sabía que esas cosas no pasaban.
Un buen día tropezó camino a clases con un desconocido y vio en sus ojos mucho más de lo que en años podía haber descubierto en alguna gente que la rodeaba. Entre frases torpes de disculpa y manos apuradas para no llegar tarde y a la vez enlentecer el mundo, se olvidó por un momento de las listas de refutaciones y desengaños. Supo que no podría dejar de envidiar a aquellas mujeres, destinatarias de amores en secreto, pero supo también que ahora estaba del otro lado.
El dueño de aquellos ojos apenas interpuso las típicas frases de cortesía y marchó con sus libros hacia alguna parte.
El primer síntoma no la afectó sino hasta entrada la madrugada, cuando se descubrió a sí misma imaginando qué camino habría seguido, cuál sería su rutina y tomando un pequeño papel para hacer una ilusoria declaración de amor.
Justo antes de dormirse, sonrió sintiéndose un poco patética y recordando aquella frase de Serrano sobre los amores a primera vista: "¿es que acaso hay otros?"