domingo, 26 de diciembre de 2010

De amor y aire acondicionado.

Se acerca el aniversario de ciertos días felices. Mañanas demasiado tardes, ratos de almohadas frescas, gotas en la ventana, mosquitos frente al río, risas en otro idioma, cumpleaños, noches de calor.
Esta vez no hay balances, la balanza se cayó hace rato con el peso de la mediocridad y el desánimo. Hay conmemoraciones, recuerdos, historias privadas, diarios de viaje, fotos mentales.
La ciudad se prepara para convertirse en el típico cementerio de elefantes, con sus oficinistas en días de semana y turistas pergeñando el centro. Hay alguna sombra que me recorre la memoria, como un astro puesto a prueba, regodeándose de sus poderes, inflamando creencias y supersticiones.
La luna pálida me encandila en estos días de festejo y fuegos artificiales, invocando mis ganas de salir hermosamente fría a la hora de la siesta. Apenas puedo celebrar mi abrir de ojos, recordar los pensamientos optimistas que me invadían en otro diciembre tan lejano, rememorar las promesas, el eco antes del disparo de largada.
Pienso en estas nuevas mañanas de café con leche, pastillas y fotocopias, del mediodía regresando en ómnibus repletos para encontrarme en la paz conciliadora del almuerzo y el sueño postergado.
Boca arriba, quizás el techo me lleve a otro techo, a esos ratos de paz temblando en un costado, de amor y aire acondicionado.


Y la madrugada suena así...



How shall I fill
The final places?
How should I complete the wall...

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Asistir a los abismos

Inestable - instalación en el CCR - ft. Antonella. Junio 2010

un parentesco olvidado, cien sillas sin nombre, tréboles de tres hojas, álbumes incompletos, naranjos que se despiden de la temporada, uñas sin cortar, almohadas que perdieron su forma, el mate lavado, las seis de la tarde, el minuto antes, arañas que aparecen con el calor, pelusas en los ojos, cuentos para no leer, poemas que se atascan en los dedos, demasiados insomnios, cantautores que no vienen de visita, telones levantados en mi ausencia, pastillas de efectos retardados, rodillas flacas, un beso tirado a la basura, ómnibus repletos de gente, fantasmas en el patio del fondo.
lentas persecuciones, discordias fraternales, sueños ambivalentes, la pesadez del café con leche, la indolencia de la siesta, comparecer ante simples mortales, tener más cien volando que pájaro en mano, un olor a lunes -siemprelunes- pegado en el cuerpo y la ropa.
los relojes que atrasan, las baldosas flojas, el misterio al santo botón, los balances de fin de año, lo que nunca regresó de todo lo que dimos, los idiomas que no aprendí, el maldito olor a lluvia, las clases que terminan tarde, la incertidumbre que se asoma de a poquito, la gotera en la canilla del baño.
los amigos que no llaman, la desilusión contemporánea, mi amnesia repentina, el aniversario de una felicidad perdida, las terapias alternativas, las suelas gastadas de las sandalias, el viento caprichoso, el fin de las noches de películas, la convivencia desastrosa.
vivir lejos de todo, los asientos incómodos del transporte público, la gente que no sabe guardar silencio, la puerta de la habitación que no cierra, el desorden del cuarto, la gente que mastica chicle, los perros de los vecinos, las respuestas que nunca vienen.
la falta de planes para el fin de semana, la ausencia de interés en algo, la postal que debí haber enviado hace días, las personas que valen la pena y no puedo ver, reprimir las ganas de emprender un viaje sin regreso.

Pero hay té de cedrón y, si quiero, la tarde suena así:



Haceme bién
tu árbol estival
es de aquel lugar
donde ayer comenzó el sol.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Carolina en tantas mentes




Babilonia empezó. No sé qué fue primero, pero creo que el hecho de tener nuestros nombres signados por canciones lo volvió todo más emocionante. En mi caso, ambos nombres. En su caso, un nombre que detesta.
Así seguimos con lo loco de la cantidad de canciones sobre "Sally" que hay en las canciones de bandas británicas. Babilonia propuso una investigación y cada tanto descubrimos alguna nueva que confirma la teoría de que debe haber algo subyacente en ese hecho.
Por mi parte, no dejo de echarle en cara la cantidad de canciones que se han hecho con mis nombres. Especialmente con el segundo. Claro que la mayoría de las que son en inglés le cantan a un estado americano. (incluso  aquella por la que fui bautizada así).
Más allá de esto, no dejan de ser hermosas. He aquí una recopilación de algunas que me gustan, que me parecen simpáticas o que me causan gracia.


De nueva aparición. No me gusta demasiado. Madre mira de reojo y dice: mirá que en esa estás re loca.



Había olvidado esta canción del grupo español M Clan. La había escuchado varias veces en la radio hacía tiempo, pero nunca le presté demasiada atención.



No me gustan los piojos. Pero bueno, la canción es para alguna Carolina.



No me gusta para mí, pero... es Adam Green! Y tenía que estar! aunque el video sea patético y esa Carolina sea todo lo contrario a mí. Al menos me divierte.



Carolina Drama. Una canción con mucho power, de los Racounters.



Muy pop, pero el video es muy lindo. Y es en inglés y (creo) no habla del estado. bien ahí!



M. Ward, una buena canción, desconocía su existencia, mal yo.



Se acerca a la que me dio mi nombre. Me encanta la voz de Eric Church. Es una hermosa canción.



Otra sobre un estado pero... Ryan Adams. Y una de las más hermosas canciones...


"Carolina/nos seus olhos fundos/guarda tanta dor/a dor de todo esse mundo"
Esta sí es una canción para alguna Carolina como yo. Chico-Caetano... sin palabras.


Y como no podía faltar... una versión del 72, diferente al disco lanzado un año después, con ese James joven, antes de todos los problemas, quizás por la época en que algún beatle le robó el nombre para su canción.


Y la tarde suena como todo esto...

sábado, 4 de diciembre de 2010

Loop - ventilador y días

amanecer en Puerto Madero

Una canción triste respira en el cuarto. Como si le malhiriera el silencio, como si tuviese nostalgia de las pocas veces que rebotó contra esas paredes.
Atenta al cansancio ajeno, la música asciende hasta enredarse en las paletas del ventilador que cantan su propia canción entre vuelta y vuelta.
Olvida toda voz, se queda en la condición muda de repetirse, se si-la-be-a, tiembla un poco.

La calle se despierta con los tacos de alguien que regresa tarde. El barrio se pone ropa de sábado. La casa huele a cumpleaños. El cuarto se despereza, con el sueño apretado. Suena una canción triste que le revienta los tímpanos.

Y la tarde suena así:


"hay cosas que no se dicen
cosas que no se piensan
y todos sabemos igual"

martes, 30 de noviembre de 2010

Humo

Caminante sobre el mar de niebla, de Friedrich. EL cuadro romántico por excelencia. 


La cama huele a humo. Las horas se hunden en la almohada pestilente. Tiene tentáculos. Huele a algo tan efímero pero tan impregnado. Algo dejó su rastro y la cama huele a humo. Quizás a cenizas.

Y la tarde suena así:


jueves, 25 de noviembre de 2010

Nueva

quiero hacer que antes
se llueva enteramente en cuál comienzo
y en algunos otros finales
acaso este ser es pájaro, es nada
como un ala desprendida de algún cuerpo
tener sólo el verbo entre las plumas
saber que volar se parece a eso
metonimia anclada en el silencio de las cosas.
hacer que antes
sea destino
aparecerme pero nueva
y con remiendos
sin cicatrices
amanecer de gusto, de ganas, de perdidas
incontrolables o enceguecidas ganas
pero nueva.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Aguas

Alguien siente el agua repicando contra el casco del barco.
Alguien siente el agua contra la escollera esperando que caiga la noche.
Sienten el agua rompiéndose en la orilla de una playa superpoblada mientras enero es bienvenido con sonrisas.
Sienten más agua chocando contra el casco de un barco.
Alguien siente el agua burbujeando ante el primer hervor para el té que curará su malestar.
Alguien siente el agua correr finitamente mientras duerme boca arriba en la oscuridad.
Sienten el agua de la ducha rebotando contra sus cuerpos nuevos, engarzados entre sí, en la duda y un rastro de luz.
Alguien siente el agua en una dársena durante un paseo nocturno.
Presienten el agua agitándose levemente detrás de los mostradores.
Alguien siente el agua regresar y contaminarle el sueño.

martes, 16 de noviembre de 2010

Quietud

"Se tiene el corazón que se trae por defecto"
Jorge Drexler - Aquiles por su talón es Aquiles

A veces ahí hay un gran ventanal, ahí enfrente, sin cristal contra el que estrellarse, con la facilidad y la inmensidad que le aguarda a cualquier pájaro en una rama. Pero no, no es cuestión de andar saltando todos los días, dejar esos desperdicios en la vereda, imaginarse el horror del trayecto.
Las ganas se guardan para una próxima vez. Como las ganas de acariciar aquello que dormía junto a nosotros tiempo atrás. Como las ganas de comprar el libro lleno de láminas con reproducciones de pintura. Como las ganas de James Taylor en el trayecto del puerto a la casa, esa noche de tormenta por rutas de primera vez y ya nunca, en esa Roadmovie que planeamos y nunca tuvimos. Como las ganas de saber más nombres, de tener menos miedos, de ganar más batallas de esas que se acurrucan en el calendario.
Si el primer día del año determinara el destino del mismo, debería llenar cada renglón del almanaque de alegrías, emociones y sonrisas. Pero al cabo,  también hay inmensos mares o accidentes geográficos que no salen en las noticias, para vengarse de su suerte maltratándonos la espera.
A veces ahí, en lugar del ventanal, un espejo en el que nos miramos y simplemente nos vemos convertidos en una Penélope atemporal.
Tejemos, esperamos, pero a Ulises en verdad se lo llevaron consigo las sirenas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Día de campo




Hace un año esta canción era una cosa totalmente diferente. Hablaba inevitablemente de los viajes no hechos y daba pie para escribir sobre ellos, sobre alguno en particular, con compañías precisas, con metas claras.
Hace ya demasiado tiempo de esto y parte de esos viajes, uno en particular, no se realizó nunca. Los viajes pendientes siempre son una especie de picazón ineludible.

Hoy la misma canción se cuela en un día de sol increíble, la paz de un parque muy muy lejano, la compañía de tíos, primos, hermanos con los que no nos unen lazos de sangre sino de compartir la vida desde hace muchísimos años.
Los árboles y los mosquitos, los juegos que desatamos con gritos después de comer, las guerrillas de agua, las charlas interminables, la siesta, las caminatas en solitario, los libros que intercambiamos, la música en los auriculares, los pies descalzos sobre el pasto, los mates, la comida, los silencios, la infinidad de insectos que nos rodean, las risas y los chistes, las hamacas, los juegos de niños poblados por adultos, el tobogán rojo, la media hora de soledad bajo los pinos, la ruta de ida y la de vuelta, la luna nueva enrojecida asomando por el horizonte, las estrellas en el cielo y en el pasto esas estrellas móviles, al costado de la carretera; la música fuerte, las despedidas transitorias al final de la jornada.
El pasto y el sol. Y ser libre. Y no pensar en el lunes, no pensar en que hay otra vida aparte de una vida en la tranquilidad de uno mismo.
El sueño, el cansancio por tanto descansar.
La incapacidad de imaginar pesadillas.
El sol, el pasto y el sol, el agua fresca...
Y yo... me voy...

jueves, 21 de octubre de 2010

Atropelladamente algo

Porque a veces un poco o no queda nada, pero siempre algo, creo que sí, que me nace, el avión gastado de mis siete años, que aparecía siempre, juro que era el mismo, cuando almorzaba, apurada para ir a la escuela, en el porche del fondo, mi abuela alimentando la vagancia que seguramente deje en herencia a quién sabe si generaciones. Aunque a nadie, ya era grande, después, con diecisiete, hablaba de no nacer, de no regalar pares de ojos al mundo, hoy leo letras deformes, que no parecen mías, en cuadernos con olor a humedad, me digo que es demasiado cliché, eso, oler cuadernos con humedad que contienen viejos textos. Pero igual los miro. Y soy demasiadamente otra. Aunque ninguna, una parte, la fiebre de eso que empezó por ser nostalgia, eso que, juro, era mejor que ahora. No de verdad, sino distinto, manteniendo proporciones. Yo creo que porque una sabe más. Cuando nada sabía, cuando tenía diecisiete y escribía poemas demasiado lindos para mi edad (o demasiado terribles, no aptos ni para mí como público) tenía la certeza del camino hacia adelante, la voluntad de recorrerlo, una fina, finitísima certeza de precocidad que alimentaba, inconscientemente, el ego. Hoy veintidós es nada, a veces malgasto tres o cuatro palabras en renglones que no me gustan. Perdí mi libreta, debe estar enterrada entre papeles y cosas que se amontonan sobre el escritorio. No tengo excusas para escribir en los ómnibus y las plazas ahora me miran con cara de pocos amigos. Pero alguna vez fui esas libretas. Tuve veinte, diecinueve, después veintiúno y quizás por algún tiempo, después, unos breves dieciocho repetidos. Fui enteramente sabia, como son sabias en algún punto las personas que ignoran todo. El pronóstico me anunciaba grandiosa, probablemente con el pelo largo y una sonrisa Colgate.
Yo fui uno a uno desatando los nuditos, pelando cables de teléfono, levantándome más y más tarde hasta atrasar completamente los relojes. No hay pronósticos y densamente nublado. Probabilidad de precipitaciones. Aguanieve. Cara al sol con vientos huracanados que ya no me despeinarán porque no tengo el pelo por las rodillas.

jueves, 14 de octubre de 2010

Mariposas y cometas

El domingo hubo sol. Hubo mariposas en algún lugar en que no estuve y también cometas que no vi.
Aún así, todo eso se intuía.
Caminaba adjunta a las condiciones atmosféricas, los últimos momentos de una feria que me hace descubrir un libro hermoso y regordete, "se lo dejo en 160", pagar y seguir, mirar, ejercer el ritual del almuerzo comprado en el mismo lugar cada vez que una anda por allí.
El domingo hubo sol adentro de los arrolladitos primavera, de los cereales dulces, de las pocas palabras relojeadas entre las hojas, en la plaza de los 33...
Otro lugar lleno de libros me hace levantar la cabeza y lo veo. Sonrío. Un enorme libro reposa en la estantería más alta de un puesto que engaña diciendo que todo son ofertas.
Freud. No el psicoanalista, el otro.
La gente interrumpe el paso, apenas una puede preguntar el precio, pero la masa también ofrece abrigo, hace pasar desapercibidos los ojos que amenazan con anegarse, taladrados por recuerdos en cascadas.
Freud. El otro. La misma época, la primavera de otro año visita ese instante y se llena de una mezcla de nostalgia y paz, una recuerda el encantamiento por ese pintor que alguien supo darle a conocer, en una primavera en que todo era detalle, mimo y canción.
La calle principal, en domingo, me hace respirar hondo. No es la avenida alienante de los días de semana.
Bajo al subte, miro fotos y siento escaparse la primavera allá arriba. Salgo encandilada por un sol que me susurra al oído que aún queda día por delante y algo, sin saber por qué, me recuerda el sabor a los muffins de Great Harvest que llevan (y suspiro al sacar la cuenta) siete años sin visitar mi boca.
El día se puebla de largas caminatas. Freud, el otro, sigue en mi cabeza. No es el mismo libro que vi por fotos, con una recomendación emocionada, en aquella otra primavera. Maldigo no haberlo ojeado.
Recuerdo las cosas que me gustan de él, las perspectivas forzadas, el realismo combinado con una antinaturalidad casi caprichosa, los rostros y cuerpos hechos de pinceladas, los retratos inquietantes. Las cosas que me gustan de él, de Freud, el otro Freud. Y también, despacio y con serenidad, se cuelan las cosas que supieron gustarme de él, del otro.
Sonrío... es como las mariposas y las cometas que no veo, pero intuyo.



sábado, 9 de octubre de 2010

Café con leche (parte 3)

Tenía una suerte de mitología personal en la que se permitía ciertas máximas excéntricas o risiblemente categóricas.
“Días raros, los nublados”, se dijo, al salir esa mañana. No estaba elaborando un pensamiento sino repitiéndose una frase, construida dentro de esa mitología, que ya daba por hecha. Miró el cielo con un desencanto aumentado, adquirido por la noche, propulsado por el extraño comienzo del día y potenciado nuevamente con la contemplación del firmamento.
Pensar el cielo como “firmamento” le llevaba a asociar, inexplicablemente, una relación similar entre “tela” y “lienzo”. Reconocía la deformación profesional, pero devenir más de una vez en esta conclusión le hacía creer que la comparación estaba resguardada a salvo en alguna parte de su cerebro y que no era un mero accidente o una construcción poética momentánea.
Cielo-tela, lienzo-firmamento… Y aunque no lograba conectar del todo esto con la idea que tenía sobre dicha comparación, le parecía de una lógica obvia, pero inexplicable por él.
Ahora esto se sumaba a su estado de las últimas horas. Las conexiones que le parecían imposibles de explicar le sobrevenían una y otra vez, como una fuerza brutal desconocida atentando contra las últimas barreras de cordura que por entonces gobernaban algunos episodios de su vida.
No sabía cómo plasmar un color que tenía clarísimo en todos sus sentidos, no podía explicar la relación doble entre cielo-firmamento y lienzo-tela, aunque le parecía adecuada y convergía en un montón de aspectos que desde su trabajo solía abordar. Sin dudas el cielo encapotado le turbaba también las ideas.
Quizás la noche anterior ya estuviese así de nublado y era allí donde había comenzado la neblina en su percepción. Este último pensamiento le hizo sonreír de costado, en medio de la caminata rutinaria hacia el supermercado; le daba cierta esperanza, que su espíritu pesimista se encargó de despejar.
Se aprovisionó de cosas importantes sin dejar de meditar que le esperaba un día raro, complicado, apelando a un paralelismo psicocósmico de pacotilla, mezclando lo más banal y lo tangible, con sus devenires existenciales.
El día se hacía insolentemente visible para él. Sin dudas prefería la noche.
Acostumbraba disfrutar secretamente los días de trabajo, casi sin confesárselo a sí mismo, pero no se comparaban a la encantadora potencia de la noche. Para comprobar esa máxima sobre los días nublados, estaba siendo un día raro desde que algo le había hecho levantarse a la mañana. Generalmente dormía hasta tarde, como haciendo ruido para el día, intoxicándose de sol perdido, de los beneficios, que le propinaban las horas antes de las tres, desperdiciados. Dormir poco, además, lo involucraba en situaciones de malhumor que sólo sufría él para consigo mismo.
Pasó por un bar en que el pizarrón con el menú le hizo recordar en qué día vivía, pero luego de reaccionar ante el descubrimiento de que lo ignoraba hasta el momento, decidió que no era para nada importante. Uno más.
“Pero no uno menos”, se dijo a sí mismo, sin saber mucho qué significaba aquello.

La noche también estaba nublada, pero hacía calor y a través de la ventana abierta olía la luna oculta, imaginándola hermosa pero con un gesto desconocido, por encima del vagón de nubes que todavía marchaba a paso lento por la ciudad. La sabía luminosa, por un instante quiso que lo sorprendiera algún rayo poderoso, capaz de atravesar la espesura de algodones y bañarlo hondamente. Jugaba con la idea de un baño lunar que pudiera curarle aquella apestosa languidez creativa.
La luz del contestador parpadeaba desde que tenía recuerdos de ese día…

lunes, 4 de octubre de 2010

Café con leche (parte 2)

El suelo estaba frío, pero agradable. La sensación táctil en ese extremo de su cuerpo lo llevó a pensar que no recordaba cuándo ni cómo se había quitado los zapatos y las medias. Se miró el resto del cuerpo: seguía vestido.
A veces pensaba su vida en tercera persona, relatando los momentos -por más intrascendentes que fueran- como si estuviese escribiendo su propia historia: cada tanto algún capítulo suelto que se perdía entre marañas de pensamiento y cosas que ocupaban su mente a diario.
Entonces prefería no empezar los capítulos pensando (hablando en silencio) que el despertador sonaba y volvía a la vigilia, porque le parecía cliché. Prefería identificar cosas más particulares de su comienzo del día y empezar a relatarse a sí mismo alguna sensación física que le trajera pensamientos de otro orden, alguna anotación mental sobre lo primero que pensó al clarificar su mente, algún resto de sueño del día anterior, pero evitando, nuevamente, caer en lugares comunes. No se permitía "despertar sudoroso luego de una pesadilla", aunque efectivamente a veces le sucediera eso, ni tampoco comenzar a relatarse mudamente todo un sueño y luego darse cuenta, para sí mismo, que en realidad estaba despertando a otra cosa.
Se levantó y fue directo a la cocina, tenía una molestia en el estómago. Sentía una especie de abismo en las entrañas, como si algo le faltara, que no era exactamente una sensación de hambre -aunque no recordaba la última vez que había ingerido algo que no fuera alcohol-. Abrió un armario y sacó algo de pan, pensando inmediatamente en que debía comprar más y buscando en la heladera algo untable con que acompañar esa pobreza matinal.
Instintivamente, más por algo adquirido desde la infancia que por planear un desayuno, decidió curar esa especie de inanición con algo que le llenaba el estómago, según recordaba, y lo engañaba por un rato.
Revolvió el café con el azúcar, con unas gotas de agua, lo batió, miró esa sustancia amarga y dulce a la vez, que siempre -seguía con recuerdos de la infancia- le daba ganas de ingerir en ese estado casi sólido. Vertió la leche, revolvió, puso la taza en el microondas, esperó.
No fue sino hasta que se sentó en un sillón incómodo que constantemente le hacía pensar en que debía conseguir uno nuevo, hasta el momento en que terminaba de tragar el pan con mermelada y se disponía a reposar en el sillón y a beber el contenido de esa taza, en que comenzó la cascada de recuerdos de la noche anterior.
Una angustia le revolvió el estómago, que giraba como el café con leche de la taza al que recién había sacado la cuchara después de revolverlo por inercia durante unos minutos. El color imperfecto del café con leche hacía estragos en los principios de esa obsesión que sospechaba. La solución más fácil que se le vino a la mente (aunque pintoresca, no podía negarlo) era muy tonta: pintar con eso mismo, con el café con leche de esa mañana, pero ni bien concibió la idea, la descartó con un bufido y una sensación de rechazo hacia sí mismo. No sería la primera vez que alguien pintara con café, tampoco que alguien lo hiciera con una sustancia diferente a los pigmentos convencionales, justamente su pretensión no era la de trasgredir en los medios sino curarse a sí mismo de la pavorosa sensación de inutilidad que estos le daban, a los efectos de lo que se proponía.
La empresa lo obsesionaba, como ya había predicho. Recordaba, mantenía en su retina todos los rasgos de esa mujer de sonrisa imperfecta y linda, la forma en que las partes de su cara combinaban a la perfección a pesar de parecer tomadas de diferentes personas. También recordaba a la perfección su piel y su color, pero no era capaz de concebirlo empíricamente como lo era para él.
Se quedó mirando el café con leche hasta que pasaron quién sabe cuántos minutos en que la superficie ya no giraba, la espuma casi no existía y quizás estuviese un poco frío. No pudo tomarlo, se paró de golpe y fue a tirarlo a la pileta de la cocina, dejándolo caer al azar.
No podía ser, pensaba, mientras recibía nuevas sensaciones punzantes en alguna parte de su cuerpo parecida al estómago o la cabeza, mientras veía cómo esa sustancia se desplegaba mágicamente sobre el plateado oscuro de la superficie de la pileta, alcanzando tonalidades fluctuantes que -se juraba y perjuraba- sólo había visto aquella noche y una vez más se le escapaban, se iban, literalmente, por el caño.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Café con leche

Le encantó, sobre todo, su piel desprolijamente oscura. No mucho, apenas un tono más oscuro que lo normal pero como si estuviese pintada de ese color, el pelo enmarcándole la cara en ese corte negro y desparejo, sin entender mucho qué era flequillo y qué no en su cara, que le sonreía desde el comienzo como si le hubiese hecho un regalo hermoso.
La película estuvo bien, todas las charlas estuvieron bien, pero no dejaba de sonreír ante su cuello café con leche, con manchas de a ratos más oscuras, que en el interior de algún bar del después y tras evidentes efectos de algo de alcohol, empezaron a bailar por propia voluntad.
La sonrisa sacudida por el corte de pelo, el escote que esta vez sólo le interesaba por un color al que no podía definir, la nariz perfecta y unos ojos tan pero tan normales, que no podían ser más hermosos.
Sabía lo que le esperaría al regreso, sabía que no podría con su obsesión e intentaría pintar ese color en vano. Le saldría de maravillas dibujar cientos de caras que se parecieran a ella, aún si sólo la hubiese visto por algunos segundos, sin tener su perfume floral durante las dos horas de película atentando contra sus instintos y su perfil iluminado de a ratos a unos centímetros de distancia.  Pero no ese color, nunca lograría dar con el tono, con la ridiculez ingeniosa de esas imperfectas manchas, que no parecían manchas sino un capricho de la piel, pero hermosa, de un color mutante y anestésico, aunque a la vez inquietante.
Sabía que no podría, que lo atormentaría ese hecho más que el pensar en una segunda salida, en una demostración de interés de su parte, en los mails o mensajes de texto respondidos. La obsesión continuaría y mientras ella ampliaba aún más su sonrisa antes de cada nuevo trago de cerveza, maquinaba formas extravagantes de capturar aquel color que pese a la luz tenue del bar, conseguía ver como la primera vez que brilló en la calle, bajo el sol, en un encuentro temprano que parecía no haber sucedido ese mismo día sino meses atrás.
Noche eterna, se dijo. No pensaba llevarla a la cama, tener sexo hasta hartarse, ni siquiera dormir junto a ella, sólo quería absorber, de alguna manera, ese color, tragárselo, bebérselo o inyectárselo para luego volcarlo sobre la tela, riéndose de las manchas que jugarían solas sobre el lienzo virgen.
Hablaba, no sabía de qué hablaba, se dejaba llevar por conversaciones que apenas comprendía, mientras su mente trabajaba a mil por encontrar el método, la forma de capturar ese tono particular y hermoso que hacía juego con sus caravanas extrañas y pendulares.
Se despidieron en una esquina, cuando ella se subió a un taxi, previo beso en la mejilla y quizás eso fue un pequeño tizne de esperanza. Su mejilla, con la barba de días sintió por primera vez el roce de esa piel que contenía todo el color que le había fascinado. Como un niño, quedó tomándose la mejilla con la mano, mientras veía el taxi subir por la avenida y doblar en una calle de nombre que desconocía, hacia la dirección que ella le hubiera dado al chofer y también desconocía.
Así caminó las veintipico de cuadras hasta su casa; así, vestido, se durmió, con la esperanza de tener en ese lado de la cara el futuro para la perfección de su obra. Aún sentía su olor y al cerrar los ojos tenía pegado su rostro en la retina...

(continuará) (o no)

viernes, 24 de septiembre de 2010

Algo de lo que una hace...

Proyecto de investigación fotográfica con fines académicos. No suelo mostrar mi producción académica por acá, pero hoy me dieron ganas y además prometí a cierta gente compartírsela.
Las fotos llevan un texto explicativo que va más abajo. El texto suena un poco grandilocuente para lo que fue la investigación (tiempos, motivaciones, etc.), pero es un terreno que continúo explorando, por otros lados.
Es largo, aviso.






“La diferencia entre la belleza de expresión y el poder de la expresión es la función. La primera aspira a complacer los sentidos; la segunda tiene la vitalidad espiritual que es mucho más conmovedora y va más allá de los sentidos.”
Henry Moore

Mi investigación fotográfica comenzó fuera del obturador, con el ojo lejos de la cámara en el sentido físico, pero no en un sentido más metafórico. El proyecto de investigación tuvo diferentes procesos que constituyeron una investigación en sí misma.
La elección de un “tema” era algo que me preocupaba y hacía que abriera mis ojos, como decía antes, a lo que me rodeaba, ni siquiera para encontrarlo en el sentido de hilo conductor estético o narrativo, sino para encontrar lo que fuera que necesitara para el proyecto de investigación o una foto particular.
Después de recorrer lugares geográficos, mentales, textuales y espaciales, varias ideas acudieron y también la necesidad de elegir una. De allí devino mi intención temática, no como un punto de partida sino como una revelación después de ver una gran cantidad de fotos sacadas con la consigna de “lo que me atrajera”.
Constituida esta parte del proceso, vino la temática, la indagación bibliográfica (que no expondré aquí) y personal, dentro de mi poco o mucho bagaje cultural.
¡Enmarquemos! Hay tanta cosa enmarcada por ahí. El marco, históricamente, ha tenido una función desde el arte que, aunque me parece prescindible desarrollar ahora, no deja de ser importante.
El marco me sugirió el tema de la museificación y decidí tomarlo de manera, podría decirse, irónica. El marco como adorno, como encuadre de elementos a resaltar, implica una intención de museificación que me gusta cuestionar. Históricamente el marco, en determinadas épocas, no era cuestión de azar, sino algo a elegir, algo a diseñar, a tener en cuenta, tanto o más que lo que esto enmarcaría, o “llevaría dentro”.
La idea de museificación me cuestionó el hecho de que actualmente todo es museificado, resaltado. Tanto de ida como de vuelta, hay una diégesis museica en que, desde lo más marginal, obsceno, banal o “antiestético” se lleva al museo; lo mismo de la manera opuesta.
“Museo no designa aquí un lugar o un espacio físico determinado, sino la dimensión separada a la que se transfiere aquello que en el pasado fue percibido como verdadero y decisivo, y ya no lo es. El Museo puede coincidir, en este sentido, con una ciudad (…) e incluso con un grupo de individuos (…). En términos generales, hoy todo puede volverse Museo, porque éste denomina simplemente la exposición de una imposibilidad de usar, de habitar, de  experimentar.”  1
La relación museo-cuadro me parecía algo inevitable, pero también pretendía tomar la museificación en el sentido en que señala Agamben.
Bajtin también hablaba sobre la desmuseificación, en tanto el museo se convertía en una ritualización del mercado, y la constitución de las reproducciones como parte de la cultura popular.
Es así que decidí presentar el “enmarcar” fuera de toda museificación, con cosas al azar. Fotografías que tienen fragmentos de muchas cosas, fotografías donde el marco es protagonista y a la vez no, dependiendo de la mirada del espectador, pero que pretende (quizás de forma demasiado ambiciosa) generar el cuestionamiento de si lo “enmarcado” debe ser mirado o no, o de si “lo de adentro” es lo que realmente hay que mirar.
El tratamiento de postproducción fotográfico pretendía generar una coincidencia estética a través del color, partiendo de una elección personal, que forma parte de los procesos de los que hablaba al comienzo.
La existencia en la serie de una fotografía (foto 4) que no participa del concepto más estricto de marco no es casual, pero, personalmente, sí constituye una forma de enmarcar porque se trata, por qué no, de mirar y ser mirado a través de algo.


1  Giorgio Agamben: Profanaciones, Ed. Anagrama, Barcelona, 2005, p. 111.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Postales de principio de semana


• Un hombre vende, canjea y compra monedas, pero apenas aprecia la numismática.
"Son tipos raros, los coleccionistas", dice, y ambos reímos (yo pienso en los coleccionistas, en los tocs, en un hombre al que raramente le descubrí el gusto por la numismática), mientras sobre su mesa improvisada se acumulan monedas hermosas, que brillan con el sol del domingo.

• Una chica-niña se arrodilla en el suelo, por rato, a ojear fotos eróticas antiguas, de una belleza con olor a humedad e innombrable, y un número fantástico (pero caro, dice) de la revista Sur (y quizás recuerda a alguien que en la lejanía, extraña, para amar juntas escenarios y caserones históricos)

• Un hombre se persigna al pasar frente al hipódromo.
Me llama la atención no saber si es un culto de burrero o demencia senil.

• Té de tres yuyos para dos

• Un hombre de edad lee un cartel en la cinemateca. Una chica se detiene a hacer lo mismo y el hombre cambia su vista hacia ella, extrañado, como si fuese más interesante que la información que le propiciaba el cartel. La chica se va. El hombre vuelve al cartel pero ya no puede concentrarse. Ni siquiera recuerda el rostro o una belleza fugaz. Solo la juventud apócrifa en su mundo snob.

• Alguien se sube al ómnibus y canta Jacinta, luego Garota de Ipanema, ambas con una gracia y una belleza que dan gusto. Una chica debe bajarse antes y no sabe qué hacer con las monedas que quiere darle. Cuando finalmente se decide por dejárselas a una señora con indicaciones de que son para el cantor, él detiene su canto y le dice, sonriente: muito brigado.
Ella voltea, sonriendo (como venía haciendo desde los primeros acordes de Jacinta) pero con las mejillas rojas. Todo el ómnibus la miraba y sonreía en su paso hacia la puerta del fondo.

Nadie mira hacia arriba en la ciudad. Nadie no. De pronto, en una esquina, alguien nota que el casino tiene en su noble balcón, tras las banderas, a un hombre pelado, de traje, apoyado en la baranda, mirando la ciudad. En frente, un friso enorme, una figura imponente con un tinte a deidad, lo mira casi acusándolo. Casualmente el edificio es una iglesia de Dios es Amor, pero antiguamente el casino no era casino y la Iglesia, con ese friso, era un simple cine.


• Un muchacho saca una foto a una muñeca pintada de payaso.
Una muchacha saca una foto a un muchacho que saca una foto a una muñeca pintada de payaso


"Acababa de descubrir, frente a Pellerin vencedor, que su propia vida era gris. Acababa sobre todo de descubrir que él, Robineau, a pesar de su título de inspector y de su autoridad, valía menos que ese hombre quebrantado por la fatiga, acurrucado en el ángulo del coche, con los ojos cerrados y las manos negras de aceite. Por primera vez Robineau admiraba. Necesitaba decirlo, necesitaba, sobre todo, ganarse una amistad"
Vuelo Nocturno - Antoine de Saint-Exupery

• Abría los regalos como niña en el día de navidad. La emoción no se le iba nunca. Después se los mostraba a todo el mundo. Su niñez encadenada con papel salía a flote con las cosas más simples.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Gorrión

"Escuché esto y me acordé de vos. Sos una mujer-gorrión"
Diálogos con un hombre de metal




Nacer libre como el viento, moviéndose por instinto.
En el día más Darno de todo el año, acalorada a pesar del frío, alguien erraba por las calles de un Montevideo que hace rato la echó de la habitación.
"Y le da pena el canario, pero no envidia el halcón", además de tutearse con las nubes, a las que le encuentra siempre una forma distinta, hasta en sueños, corriendo por la montañita de césped que, en su sueño, también es la cabeza de una mujer-niña que a su vez sueña con ser gorrión.

Pajarillo errante, la noche juega al dominó y hace trampa, guardando copias de las fichas codiciadas bajo una manga de besos y arroz.

¿Alguna vez pintaron en su lecho nombres? ¿Alguna vez, en su cuarto, ojos?

Y sin embargo la noche sigue fría y ella con toda la nostalgia darnauchanesca, hasta pararse en una esquina y sentir que otro hombre le habla desde los auriculares. Pero el llanto, pero ahí no, porque en la calle no se puede.

Pajarillo errante, se volará esa noche enferma. Terminará en la misma rama, en la misma ciega sed de piernas.

A veces tiembla, tras la tormenta, pareciendo un friso, contra un nido que encontró. El gorrión se amura hasta en los pedales de las bicicletas que miran el sol.

martes, 7 de septiembre de 2010

La escuela de niños simples

Los niños de la vieja escuela solían sentarse en el suelo por Juan Carlos Gómez, con la espalda apoyada al Cabildo, mientras copiaban en sus cuadernos las burbujas de jabón que un mimo hacía de manera increíble y sin parar.
Hacían burbujas de todos los colores y a veces el mimo les prestaba sus artefactos para que ellos pudieran fabricarlas y sus compañeros seguirlas dibujando.
Había burbujas de todos colores, cada uno tenía una destreza especial para captar la imagen de aquellas efímeras y frágiles criaturas con brillo en la mañana soleada.
También contaban los adoquines. Cuántos había en cada fila desde el muro hasta el comienzo de la plaza Constitución. Anotaban los números, hacían la tarea y después podían ir a saltar la cuerda.
A la hora del recreo el profesor ciruela se repartía entre todos porque, de todas maneras, siempre volvía a crecerle una nueva cabeza. Algunos traían pan dulce de maíz para compartir, mientras el profesor miraba los dibujos de las pompas de jabón.
Al caer la tarde, antes de terminar la jornada, el que quería, podía bajar hasta la Rambla Francia y escribir una oración o un pequeño párrafo sobre el mar.
Sin que los niños supieran, el maestro los guardaba todos y un día, cuando fue demasiado mayor para continuar con su escuela de niños sonrientes, armó un libro con todas esas frases y lo lanzó, con cariño, al mar, desde la Rambla sur.
"Fuimos felices", recuerdan algunos de esos niños, ahora ya adultos.
"Comíamos ciruela y pan con maíz y dibujábamos burbujas de jabón, que era lo que más nos gustaba."
No Pueden caminar ya por la calle Sarandí sin sentir unos gramos de nostalgia y mucho menos, ver el cabildo o la Plaza Constitución sin que se les estruje un poco el pecho. Y algunos, al oír las campanadas de la catedral, lloran un poquito, entre sus carpetas de oficinistas, que levantan unos centímetros para ocultar sus rostros.

=)

sábado, 28 de agosto de 2010

Matter of fact, it's all dark

Le das vueltas al sueño, tratando de arrancarlo, mientras la espalda se enfrenta a la luz de ese cuarto que apenas aclara el día se llena de sol. Te tapás con las frazadas, a tientas buscás cierto aparato y ponés de corrido ese disco que te gusta. El mejor disco de la historia, pensás para adentro, sin importar caer en clichés o redundancias, sabiéndolo cierto aunque haya tantos otros que te gusten.
Empieza en silencio, va llenando de a poco el aire con los sonidos para estrujarte el corazón un par de veces y hacerte sentir nostalgia con las últimas canciones.
La espalda boca arriba, el mejor disco de la historia sonando a tu lado, los pies estirados en la cama enorme. Al sueño le va a costar despedirse, o al menos a la pereza. Y sin embargo no es día para salir del cuerpo, para inventar un nuevo lenguaje o escribir garabatos en los márgenes de un cuaderno. No es día para andar espiando al sol que otros sienten como augurio de la despedida del frío.
Tomás la cama como los griegos las playas de una amurallada Troya, olvidándote de Argos, pensando simplemente en la batalla.
La batalla contra la caja de cristal que alguien se empeñó en fabricar para mantenerte a salvo y nunca quisiste.
Pero ahora se rompe. Y el mejor disco de la historia y reconocerte aún con sueño.
En el final, la última canción, dice tu nombre. Sonreís pensando en tres o cuatro personas que dicen que se acuerdan de vos cuando la escuchan.
Y no pensás en Argos ni en cajas de cristal cuando termina el disco con esa sentencia rotunda. Te das vuelta y seguís durmiendo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Monocromo


Los primarios y secundarios nunca fueron lo suyo.
En monocromo.
Cantar, bailar con polleras enormes y cantar con voz de papagayito frágil.
Todo en monocromo. Brillando de blancura y en contraste, con formas que se rebelan contra todo imaginario.
Y ser monocromo le encandiló los pies, detuvo las piernas, puso lastre a las almohadas.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Espuma frágil

como un amor inocuo, agua en la orilla,
algo totalmente esperado que sucede siempre
que no lastima, no hiere el equilibrio del universo.
los senos abiertos a un deseo premeditado
y la lengua azul de la mañana
que ya tiene canas de tanto ser agua que corre por la orilla.
como un amor inocuo, va bebiendo
sorbos de leche estancada en cada mano
que resuelve escatimar una caricia.
se me revuelven los ojos
las entrañas dilatan sus pupilas de engullida noche
y destilan un olor fatal.
como si fuera noche
poco a poco los cuerpos se quedan dormidos
siendo eso, nada más, cuerpos. blancos y verdes y grises
y de todos los colores que los tiñó una herida.
como un amor inocuo
la tristeza corre por la orilla y no hace espuma.

Julio, 2010

«M,
Ya no sé si querida M, apreciada, M, o M, letra hermosa mía. Prefiero simplemente decir tu inicial -ya he hablado demasiado sobre mi limitado conocimiento sobre tu nombre- y quedarme en el principio de algo.
La fragilidad golpea el mediterráneo, hay zumbidos que pasan desapercibidos para algunos ojos, pero otros procuramos esquivarlos cada día yendo al trabajo o preparándonos para nuestras horas de sueño.
Y la fragilidad en tus cartas sin ese sueño del que puedo disfrutar, se me hace hasta dulce, letras imborrables en el estandarte de un monitor, pero que parecieran caerse en cualquier  momento de los renglones, quebrarse como se quiebran las hojas secas de los árboles que seguro ves camino a clase, como se quiebran los cristales del barrio que recuerdo de niño, con todos los purretes levantando polvareda con pelotas hechas de lo primero que uno encontrara.
La fragilidad sí que no tine nombre, ni siquiera puedo ponerle una inicial. Quizás rostros, M, como vos le ponés rostros a las canciones, a los libros, a las películas, a las esquinas o a las baldosas del centro.
Pero los rostros, como decías en tu última carta, parecen dibujados en tiza y el viento los vuela, los deforma, la lluvia los decolora. "Ver un rostro no es lo mismo que tocar un rostro", y quizás lo soñé, pero una especie de deja-vu, me llevó a pensar que yo dije exactamente esa misma frase a otra persona.
Estamos llenos de fragilidades. Tu soledad me asusta, pero a vos te llena ese rostro intocable de una pureza que tiene hasta luz -mirá las cosas que digo- y vale mucho más que ponerte un nombre.
Recopilo tus cartas, en archivos a los que asigno nombres aleatorios. Porque quiero conservarlos pero que a la vez tengan tu esencia de Proteo, tu cambiar de forma constante, tu azar, tu necesidad de iniciales en las anécdotas, la fragilidad que implica no poder asignarles fechas, orden o momentos.
Quizás haya algo de mágico en todo y quede algo de la ubicuidad de que hablábamos. Quizás yo me repita en otro universo con archivos ordenados por fecha y alfabéticamente. Y entonces tengas nombre y rostro y una fortaleza que mueva montañas. Y pueda hablar sin mirar una pantalla.»

Miranda no tiene sueño y escribe cartas

viernes, 6 de agosto de 2010

Ubicuidad

"¿Acaso tener una vena más grande que la otra les da el derecho a planificar con dientes el corte de todos los limones? Ah, recuerdo el cuento del ciego que mataba ogros cortando un limón. Van a buscar una fruta en la que tengan trono las hadas, para pelarla y así despellejar despacito sus cuerpitos de muñecas con alas. Mejor si se pela de sólo un tirón.
Aprendan, aprendamos a querer los barriletes como quieren los peces una burbuja cualquiera. Hay que aprovechar el barro, mecerlo en la cuna bien calentito hasta que se duerma entrecerrando las linternas, cabeceando como un iris de domingo. 
Y crecer, eso sí. Vomitar después de una fiesta, mejor si se está bajando una escalera y si la fiesta fue en casa de alguien a quien se deberá pedir disculpas. Después envejecer, que es fácil, porque hay mucho tiempo."

Olivia Parotti
(canalla amiga, que te creés surrealista en estos tiempos)


«M:
Breve será mi anestesia a tus insomnios. Cuando hablabas de alter-egos, hablabas con una ubicuidad ingeniosa, desdoblándote en ese metadiscurso. Tus insomnios a veces te hacen bien. Desdoblate, desdoblá las sábanas y reíte del frío (que veo te está costando enfrentar a pesar de tus infusiones obligatorias). Hoy se me ocurrió un nuevo personaje con quien compararte*.
Yo jamás tendré alter egos. La ubicuidad no fue hecha para mí, mis mentiras se descubren, soy demasiado común y corriente.
Pero vos, letra que me gusta imaginar con serifas, letra del Mal pero que hace tan bien, podés ser quién quieras. De hecho lo sos.
Que descanses, querida M. Siempre son bienvenidas tus cartas.»

Miranda no tiene sueño y escribe cartas





*guiño a quien me dijo personajes a los que se asemejaba Miranda. Si lee esto, pregúnteme, el guiño va para usted.

jueves, 29 de julio de 2010

Mitades

La era está pariendo un corazón
no puede más, se muere de dolor

Se para en el centro y coloca una cinta de papel bien pegada al suelo. Levanta la cabeza y dice, para que se escuche bien: "este es el ecuador".
Queda de pie a uno de los costados de esa línea que divide el espacio y vuelve a decir algo: "norte" y apenas las palabras salen de su boca, da un pequeño salto, impulsándose infantilmente con las manos, para acabar del otro lado de la línea en el suelo. Ni bien toca el piso con los pies vuelve a hablar, con voz clara: "sur".
Y se detiene un instante. Se acomoda el pelo, mira hacia el frente, sonríe un poco.
Luego de la pequeña pausa, vuelve a tomar ese impulso de niña, con los brazos doblados y levemente hacia atrás, doblando un poco las rodillas y de nuevo salta cruzando la línea para volver a decir: "norte".
Ahora ríe, se le ven los dientes. Salta nuevamente y su pelo lacio dibuja ondas fugaces que acompañan el sutil pero maravilloso vuelo de su pollera celeste. "Sur", y la gravedad le coloca el pelo y la pollera en su lugar.
"Norte", el salto es más alto, parece divertirla. "Sur", comienza a reír desde antes de tomar impulso. "Norte", apenas toca el suelo del otro hemisferio. "Sur", dice entre risas con el pelo revuelto y las manos hacia arriba.
Norte, sur, norte, sur, norte, sur, alternativamente y cada vez acelerando las idas y venidas a uno y otro lado de la línea, que respeta, sin siquiera pisar, como límite sagrado.
Se divierte, se agita, respira entrecortadamente, el pelo comienza a mojarse y la pollera celeste es una nube que corretea en una atmósfera de nortesysures gritados entre risas.
Y en el intercambio de norte a sur, de pronto, luego del salto, cae con los pies apoyados uno a cada lado de la línea.
Da un grito penetrante.
Toda luz se apaga y cae de rodillas.
Un tenue resplandor le alarga la sombra mientras yace en el suelo, con el ecuador en el centro mismo de su centro y se mira las manos manchadas de sangre, la pollera que ya no es celeste, las piernas que no parecen tener más ganas de saltar.

viernes, 16 de julio de 2010

"He nombrado los sitios
donde se desparrama la ternura
y estoy solo y conmigo."

Carcanías - J.L.B.

Algo iba a pasar. Cada credo, cada solfeo sin demasiados amigos, de esos que se cuentan con los dedos, después se escupen en una canción y la vida ya tiene testamento barato.
Nombrar, hacer visibles, darle forma, color, sonido y ojos a cada cosa que tiene ganas de explotar.
Pero explota y nos salpica. Aturdidos nos metemos en la cama con las mantas gruesas, que amerita este tiempo de estornudos, y esperamos. Repasamos los equipajes de otros tiempos, mientras hay miel atrapando moscas afuera.
Sorbo a sorbo alguien toma té de menta y piensa en una niña con vestido violeta bailando en la oscuridad y casi sin sonidos, repitiendo un mantra en un lenguaje recién inventado por su cuerpo.
Y cuando algo tiembla, cuando en la oscuridad nacen aullidos o recortes de papel como fantasmas, ahí las puertas son biombos que dejan pasar nuestros gritos de auxilio para que alguien nos consuele con una música perfecta.
Escuchás tu canción favorita, te hace acordar a ese momento en que aquella rubia de cara con poca graacia la puso por primera vez para vos o en cómo la escuchaste hasta el cansancio con amigos al punto de querer organizar un suicidio colectivo. Puede ser cualquiera, cualquier canción, porque ese día todas van a hablar de lo mismo.
Yseguimos sin encontrar esos sitios. Pero estoy sola y conmigo, mientras se engripan las personas con amnesia y los globos de colores que sueltan los niños en el tumultoso Parque Rodó.

miércoles, 7 de julio de 2010

Pesquisas sobre cuerpo y lenguaje II

vida tras vida avanza la palabra
más fértil que mi hora indicada
con tanta sed de engendrar
que no le dan los orificios.
vida tras vida avanza la palabra
da nombres y cuerpos
latidos que prescinden de ejercicio
voces nuevas sin cópula ni sangre
dedos y ojos y pelos y rodillas.

muerte tras muerte
el insomnio se devora todo credo
cada silencio es un ojo que se cierra
una mano despojada de su pulso.

muerte tras muerte
hay un dorso que sonríe impunemente:
el grito de dolor se hace palabra.

vida tras vida avanza la palabra
asisto a cada nacimiento.

junio 2010

viernes, 25 de junio de 2010

Nominar

"(...) y cuando lo nombrás se te iluminan las letritas"

Diálogos con un hombre de metal*

«M,
Se me ocurren un par de clichés pero odiaría que los tomaras como burla, aunque la intención es hacerte reír: qué tal... "Pensá en el mar entrando y saliendo, entraaaando y salieeeendooo". Siempre dicen esas cosas en las películas y yo río tontamente.
Fuera de broma, evocar alguna imagen placentera es bueno para lograr cierta calma y conciliar el sueño. Me da un vértigo exquisito intentar imaginarme qué imágenes podrían ser placenteras para vos, M.
Todo se termina en una letra. Pero a la vez todo comienza. No quiero saber más, adentrarme en las limitadas pero vastas posibilidades de un nombre. Prefiero la multiplicidad de palabras que pueden nombrarte mejor que cualquier nombre, la cantidad de imágenes que te describen perfectamente, el sumario de colores que se ajustan al color de tu sonrisa inventada una y otra vez.
Pero donde acaba la letra empieza otro lenguaje, el que armás con tus cartas atropelladas y tiernas, en medio del insomnio, del cansancio de los viajes de rutina, de la paz que lográs en medio de cualquier caos, el ojo del huracán que dedicás a las cosas que realmente querés y hacés con el alma. Sos capaz de inventar un lenguaje detrás de las palabras de tus cartas kilométricas. Cartas que hacen malabarismos con mis humores y fiestas a escondidas de mis ojos.
Y hay algo en ese lenguaje que es indescriptible, algo que lo hace único y transforma a aquel capaz de entenderlo. Me gusta demasiado querer a otras cosas y personas gracias a vos, a tu visión del mundo, a tus ojos-lenguaje que equilibran cierta inocencia con una crítica madura y profunda. No es querer por vos, sino a través de vos.
A través de vos descubrir lo invisible.
Buen sueño, M, buena cosecha de pensamientos fuertes.**»

Miranda no tiene sueño y escribe cartas



* Permiso para citarlo concedido con humildad y sonrisas. Gracias, F.
** "Soñar es pensar fuerte" - idea que se me escapó en alguna conversación y que un docente calificado me copió después ;) (guiño a mi interlocutora Anna O. -ya ves cómo ni revelo tu identidad-)

martes, 22 de junio de 2010

Recortes

A veces, en las olas atroces del insomnio, mientras una intenta controlar los músculos, los movimientos involuntarios de la ansiedad, la mente se llena de recortes, de flashbacks a recuerdos que jamás habían tocado antes la memoria.
Abrí la revista que me alcanzaba mientras me comentaba sobre los contenidos, el diseño, las formas de conseguirla. Hicimos algunas bromas, me dijo que la ojeara tranquila, me quedé sola un instante. De pronto, sin previo aviso, entre las páginas apareció una foto. La típica autofoto, brazos extendidos hacia adelante, sonrisas amplias. Supe que habían sido felices, eran buenos tiempos, al parecer. Tomé la foto y la miré más de cerca, intentando encontrar respuestas para las preguntas de otros en esos ojos, cuestionándome mi estar ahí y en ese momento, mi cruce circunstancial con la fotografía, lo irónico de conocer una historia y ser parte de otra. Pensé en la razón de esa foto entre las páginas de la revista, en la razón de conservarla, y miré de nuevo las sonrisas que hablaban de un tiempo verdaderamente bueno. La puse en su lugar y cerré la revista justo a tiempo. Sonreí al verle ingresar de nuevo en la habitación un tanto en penumbras, cambié de tema en seguida, de pronto me interesaba alguna otra cosa sobre la estantería y hacía algún comentario sobre los fideos sin sal que tendríamos como almuerzo.
El insomnio iba a durar largo rato más. El recuerdo vino y se fue, pero en su estela trajo aparejados otros flashbacks de momentos insignificantes, igualmente nuevos, como de vidas distintas, como si volvieran de un sitio remoto por primera vez.

•••

Lo apodamos "Talibán". En su momento tuvimos nuestras razones. La noche tenía tantos epílogos y, sin saberlo en su momento, abría tantas historias que hoy contamos con euforia e incredulidad... Tuvimos nuestras razones, una esquina tuvo su bautismo de pieles foráneas y tantos pares de ojos se buscaban sin encontrarse del todo.
Aún hoy nos miramos a los ojos con complicidad cuando alguien habla de la memoria de un pez. Sabemos que hay algo escrito e inmortal pero que no guarda demasiada relación con la realidad. Son tantas las historias y complicidades que provienen de ese imaginario interno con referencias cruzadas, que el olvido hace de las suyas.
El encuentro amistoso después de largo tiempo nos devuelve -casi casualmente, pero no- al "Talibán". Nos codeamos y decimos susurrando: Memoria de pez. Y nos reímos más, como un par de adolescentes.
Tuvimos nuestras razones. Hoy no hay razones para cruzar palabra alguna y el solo hecho de pensarlo nos causa aún más risa, mientras sorteamos codos ajenos y transpiramos una música que comenzamos a detestar, cómplices y amigas en una selva demasiado lejos de casa.
Yo miro las luces que alientan una diversión que no entiendo, mientras me quedo inmóvil con la mirada perdida y me digo a mí misma que todo puede pasar. Ahí estamos, mirando desde un rincón un poema creado de la nada, bailando en otra vida, en otras latitudes, tragicómicamente ya inalcanzable y absurdo. No nos importa.
Y huimos de la fiesta.

sábado, 19 de junio de 2010

Pesquisas sobre cuerpo y lenguaje I

toda esa fábrica de lenguaje
no es más que un río caudaloso
demasiado igual a mis sábanas.
arrastra la piel a un abismo ficticio
asusta el espabilo en la inercia del día
y enreda maliciosamente
mis piernas.

marzo 2010



Diciembre me talló las alas,
inundó de peces mis acuarios,
me vistió de lenguaje.
Fui ese lenguaje para otra sed
que continuó mi voz
todo lo caliente que duró el verano.
Fui tu lenguaje en horas secas,
cuando dejábamos de nombrar el calor y nombrábamos la lluvia
como ese día amarillo en que me refugié de la tormenta
en la soledad de mi casa y tu voz me llenó los rincones.
Fui el lenguaje que te enseñó
a creer en las rocas junto a ese río del sur
mientras leías el cuento del paseo en ómnibus
y te acordabas de mi ojos desconocidos.
Jamás seré palabras desde ahora.
El lenguaje es una cosa viva,
un juego material donde nos decidimos
o nos mandamos mudar.

junio 2010

lunes, 14 de junio de 2010

Decepciones y despedidas

"Sos más linda de lo que pensaba"
Diálogos con un hombre de metal.

Diario de viaje VI
6.06.10

El domingo visualmente siempre fue un pozo oscuro. Se puede rellenar de colores como a un osito viejo y rearmado una y otra vez por mero afecto, pero siempre será un pozo oscuro, con monstruos y cosas feas acechando cualquier debilidad.
El banco de madera fue la salvación perfecta. Las puertas abarrotadas de gente habían quitado las ganas y las esperanzas de volver a ingresar.
Mientras tanto, un hombre de metal buscaba decir adiós de varias formas y dos ojos se anegaban con lágrimas por otros motivos.
Ella intercaló sus risas características con un pequeño abrazo. Miró fijamente con sus ojos claros y soltó palabras hermosamente sinceras, con la intención de sanar. Las palabras provocaban más lágrimas porque las sabía ciertas, perfectas, abarcando una realidad inevitable que causaba dolor.
Desde su fragilidad, miró esos ojos claros, se armó de coraje y se secó las lágrimas. Había pasado el tiempo y las puertas estaban descongestionadas.  Juntas intentaron nuevamente el ingreso, como una metáfora de valentía y perseverancia, del ánimo transmitido en los minutos de llanto, procurando engañar el vacío.
El domingo seguía siendo un pozo oscuro. Un hombre de metal se despedía definitivamente por mensajes de texto, con la misma sonrisa y calidez regalada minutos atrás en el breve cruce de palabras y abrazos tímidos.
Tenían las horas contadas y alguien tenía hambre de pizza.
Caminaron, ahora de a tres, cada una con una femineidad distinta, desparejas, desconocidas, insolentes pero perfectas a su modo.
El pozo oscuro se disipó un poco entre una bebida analcohólica, el estómago lleno y la certeza de estar siendo querida. Muy a pesar de los otros, de las terceras partes que la ignoraban, de los que se prestaban a los márgenes y no respondían nunca, habían otros con su sencillez de risas y constancia que eran los que valían la pena.
La última caminata con ese par de ojos claros que ya se advertían distantes. Un último abrazo, monedas, colectivo. Así de rápido, asi de simple.
Y una conversación cualquiera hasta el 109 para tapar la angustia.

viernes, 11 de junio de 2010

Accidentes

Diario de viaje IV
4.06.10  -  00.20 hs
Hospital Velez Sarsfield


Miro hacia arriba. Las paredes no son blancas, el techo no es blanco. Las sábanas no son blancas y el piso definitivamente no es blanco, las enfermeras no visten de blanco. Nada es blanco, excepto la soledad que me invade las venas, en gotas apenas dispensadas de suero,  que caen lentamente, como los minutos, como las esferas de agua que no pueden salir de los ojos pero de todas formas caen y pesan.
Todo es lento. Estoy inmóvil y pienso en el poema de Plath, siento ir y venir personas que no distingo entre enfermeras, parteras, ginecólogas u operarias.
Escucho a Tinelli, me río un poco hacia mis adentros pensando en que es el colmo, como si me faltasen torturas esta noche. Escucho el noticiero, el apagón en el barrio de Flores, a donde tendrá que volver mi amiga en quién sabe cuántas horas. Me preocupo. Les digo a ellas que coman, pienso en sus cuerpos distintos pero iguales al mío, cansados, con necesidades horizontales, con hambre, algo de nervios. Coman, por favor coman que yo tengo para rato.
Y ese líquido transparente en que pongo mi confianza para levantarme y pasar la noche. Cada tanto cierro los ojos y siento la vergüenza, los ojos de muchos otros clavados en mí, en los rastros que fui dejando, en mi cara pálida.
Nada es blanco. Necesito blanco, desinfección visual, asepsia, necesito blanco y sequia, ausencia completa de fluidos.
Estoy boca arriba y solo pienso en el blanco, comparando las vigas del techo con mi ideal de habitación. Trago y vuelvo a tragar nervios, dudas, miedo.
Cada tanto sabemos si calificamos o no para una maratón de fortaleza. Yo creo que sí. Acostada boca arriba con una aguja que ocupa un tercio de  mi antebrazo y sobresale como si fuese un tendón más, creo que sí. Sobrevivo el instante, agradezco mi costumbre de soledad que me ha enseñado a ser sola conmigo.
Sobrevivo el instante, luego vivo.



Diario de viaje V
5.06.10
2:13 am

Lucía:
La buena noticia es que creo que la medicación empezó a hacer algo de efecto. La mala es que al pasar todo el día sola, me bajoneé muchisimo, pero ahora creo estar mejor, al menos ya me voy a dormir. Esperé hasta ahora para tomar la pastilla.
Fui al lavadero e hice algunas compras. Traje papel higiénico, pan, queso, suplementos para mi mal y alguna otra cosa de comer. Así que estamos cubiertas para atrincherarnos este finde.
Me pasó algo muy extraño... ¡creo que se me voló la toalla! fui a buscarla esta noche para bañarme y no estaba, tuve que fijarme si tenías una que pudiera usar. ¡Qué vergüenza!
Espero haya estado genial la noche y estar yo mejor mañana. Dejo la cartita al cuidado de pie grande, me voy a dormir porque no doy más de sueño.
C.


[mail posterior de Lucía:]
Esto me hizo acordar a tu episodio con la toalla, aunque odio al puto de Liniers.


miércoles, 9 de junio de 2010

Antes del miedo

Diario de viaje I
1.06.10
En la misma libreta que inicié el último diario de viaje y que luego albergó mis letras con otros fines, inicio una incierta travesía de páginas en blanco.
A la desaparición de toda euforia ahora se le agrega una víspera llena de corridas, arreglos de último momento y despistes varios.
Y de repente me encuentro sola conmigo misma en una terminal, sin nadie a quien abrazar ni que me regale un "buen viaje", más allá de los deseos fríos y mecánicos de los empleados encargados del check in.
La mayoría de las despedidas fueron por teléfono o con un beso apurado entre otros quehaceres.
Sin embargo, esta soledad de valijas me hace sonreír, se siente como algo casi clandestino, una huida llena de expectativas.
A las corridas ultimamos detalles de locación y encuentros.
Me hace reír una loca linda que me envía mails desde hace tiempo con cada cosa que descubre hay para hacer en la semana. Sabemos de la imposibilidad de abarcar todo y aún así superponemos planes, con un placer legítimo y mutuo.
Última llamada. El mar se abre en esa boca ancha que comparte con la noche.

Diario de viaje II
2.06.10
La mañana llena de contratiempos me deja el nudo extraño en la garganta, pero la tarde, el almuerzo entre amigas, la verborragia, la felicidad de los encuentros, alivia por un rato la mala jugada de la suerte.
De noche todo tiene un sabor extraño, una sala oscura, dos personajes a los que accedemos a través de palabras dichas por otros, un espejo reflejando el espejo del espejo de algo que fue. Y nosotros tan condenados a la nada pero también a la risa, haciendo planes para un otro día que nunca vendría, mirando por última vez en quién sabe cuánto tiempo, sin saber que los miraba por última vez.
El frío no mata, se derrite.


TEXTOS PROFÉTICOS

Diario de viaje III
3.06.10 (horas antes de una desgracia, ignorando el futuro, prediciendo anónimamente)

Detrás de todo _ cuelgo el mundo _ detrás _ de una puerta boca arriba.
Voy a mirar entre la nada _ el color de un frío que tuvo otro nombre _ para qué habitarme _ para qué _ tener que huir _ para qué _ venderme las cenizas.

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Voy a encontrarme rota y de costado. Con los hombros aletargados en un encuentro infame.
"¿Qué haré con el miedo?"

viernes, 4 de junio de 2010

Paréntesis

Abro un paréntesis en estos días de un viaje planeado. Lo planeado es tan estúpido. No solo nunca sale así, sino que a veces se vuelve en contra de uno mismo. No tengo ganas de escribir, no tengo ganas de ser Eclipse, de Connotaciones, escribir como siempre, contar las cosas de alguna forma especial, usar elipsis, eufemismos y palabritas lindas.
Me siento terriblemente, el viaje se me escapa de las manos y estoy atada a un lugar del que no puedo salir por complicaciones de salud, pasé la noche en una guardia ginecológica, estoy sola y deprimida.
Estoy siendo odiosamente explícita y voy a odiar este post, que probablemente elimine cuando mejoren mis ánimos. Ahora mismo lo único que quiero es dejar de ser yo y vivir todo lo que tenía pensado vivir de alguna forma. Lo único que necesito es un abrazo silencioso (que espero toque el timbre pronto) y pensar en algo más que una felicidad efímera frustrada.
Agradezco infinitamente a mis amigos en este lugar que se han preocupado por mí. A los desconocidos que me ayudaron en horas desfavorables, a quienes me atendieron en un hospital, a quienes se quedaron conmigo el tiempo necesario.
Pensé que podría hacer de esto algún motivo para escribir, pero no, estoy siendo tan coloquial, explícita y burda...
Anoche, boca arriba en la cama del hospital, en la sala desierta y oscura, mientras trataba de no pensar en la vía que me estaba haciendo doler muchísimo el brazo, me acordé de aquel primer poema de Plath que leí: Tulips. Los imaginé ahí, al costado, en la mesa al lado de la cama. Aunque no estaban, entré en una especie de comunión con esas palabras leídas y releídas en la adolescencia y hasta el día de hoy.

"I am learning peacefulness, lying by myself quietly
As the light lies on these white walls, this bed, these hands.
I am nobody; I have nothing to do with explosions.
I have given my name and my day-clothes up to the nurses
(...)
The nurses pass and pass, they are no trouble,
They pass the way gulls pass inland in their white caps,
Doing things with their hands, one just the same as another,
So it is impossible to tell how many there are."

Nada puedo hacer, simplemente ver la ropa que no se seca por la humedad, colgando como seres inertes con lástima de sí mismos. Nada puedo hacer, solo ver cómo se escapan los días que pretendían ser maravillosos en un torbellino de llamadas apuradas, cancelaciones de último momento y una tristeza que se apodera de este monoambiente vacío.
No soy yo, no quiero ser yo. No estoy.

martes, 1 de junio de 2010

Antes de

"¿Por qué verborragia? Ya sé, el sufijo que denota algo incontrolable, excesivo... Pero yo quiero hablar sobre la rapidez. Soy controlable, ahora, pero rapidito, como un ave. Entonces, soy verbodinámico."

Diálogos con un hombre de metal


A veces pienso que es un mal familiar. Todo viaje me mantiene en una expectativa constante y antes de partir las ganas se disipan. Hay un desánimo general y sin razón aparente, una procrastinación de los preparativos y cierta angustia, inevitables en la víspera. A todos nos pasa eso, quizás sea un poco genético.

Una vez se lo comenté a alguien, en vísperas de un viaje. Rato después, en la feria de Tristán Narvaja, tomó el libro de Levrero que yo le había regalado y se repetía en una mesa de venta y lo abrió en determinada página. Me hizo leer la oración que describía perfectamente mi sentimiento. Nos miramos y sonreímos, quizás sintiendo cosas que hace demasiado tiempo no me pasan.

El curso de los días ha cambiado demasiado desde la última vez que partí hacia algún sitio. Partir, partirme en dos, en varios pedazos, muy justo. Partir ciñéndome a pocos planes, rezagando los análisis y las nostalgias, armando agendas.

Con un pie a cada lado y temiéndole a ciertos fantasmas, apuro el paso y trato de no pensar más allá del aquí y ahora. Hago lugar para los regalos que preparé con mucho cariño, hago lugar para papeles y lápices, para sacudones del alma y risas.

Recuerdo las palabras de cierto hombre de metal, quiero mudarme a verbodinámica, quiero estrenar mi cuerpo de arena en otra ciudad. Me visto, entonces, de mujer nueva, limpio las telarañas, soplo el polvo de mis zapatos y me zambullo en la niebla del después.

domingo, 30 de mayo de 2010

El tipo que canta IX...

...o cómo vivir una semana de cumpleaños
(advertencia: este post promete aburrir)



Los cumpleaños me gustaban cuando era chica. Amigos, regalos, ser el centro de atención, todo ese circo del protagonismo que parte de mi personalidad ya dejada atrás hace tiempo disfrutaba alegremente. Creo que fue después de los quince o dieciséis que el cumplir años se convirtió en una certeza inexorable del paso del tiempo, algo obvio pero que no dejaba de amargarme.
Cumplir veinte fue duro, fue bastante cuestionador, estuvo lleno de pequeñas crisis y gasté muchas palabras en torno a mis frustraciones por esa época.
Nunca sentí que mi edad coincidiera con lo que sentía, con lo que vivía, con mis relaciones, mis amigos o mis cursos académicos; porque desde el vamos, no coincidió nunca.
Suelo sentirme encerrada en una polaridad exquisita, tanto una anciana atrapada en el cuerpo de una joven, como una niña a la que le crecen años cual si fuera pelo.
Los días de mi cumpleaños tengo la sensación de que debería ser un día muy especial y, sin embargo, nunca terminan de serlo. Ya porque mis expectativas son demasiado altas o porque realmente son días aburridos, sin mucho para hacer, sin nada que me conmueva o con episodios que me hacen plantearme cosas.
Sin embargo, este año, el cumpleaños empezaba temprano y distinto.

••
La tarde había comenzado fría, faltaban dos días para migrar a la otra cifra y yo estaba a punto de disfrutar uno de mis regalos. Después de oscurecer, el frío se disipó un poco. En clase el ejercicio manual me hizo entrar aún más en calor y después vino una larga caminata, ida y vuelta, con mi pollera gris agitándose tras mis zancadas, más trabajo en clase, cuidar la ropa, contener la emoción y finalmente partir para ver al Tipo que canta.
Esta clasificación le queda extraña a este nuevo protagonista de una sección ya vieja y conocida por estos lados. Si bien canta, no lo hace todo el tiempo y no es por lo que más se destaca. Curioso es que el protagonista de la mayoría de mis "Tipos que cantan" fue el aperitivo para este show lleno de energía.
La solitaria emoción de estar frente a eso tan deseado por largo tiempo es lo que más recuerdo. Con los días se fueron apagando ciertos recuerdos nítidos, cual fotos mentales que en su momento deseé retener para luego llevar a palabras.
Lo más sorprendente, lo más destacable, lo que quedó en mi más íntimos sentidos fue la energía que recorría y conectaba a cada una de las personas de una manera que no logro explicar. Pararnos, aplaudir, hacer palmas y bailar de cualquier manera. Hombres y mujeres de distintas edades moviéndose como en un trance ante una música capaz de conmover sin importar las diferencias entre los espectadores, a todos de alguna manera, a todos tocándolos con algo de magia invisible que tiene esa música versátil.
Sola, yo sola con mi ropa holgada, mi pollera amplia, mis ganas casi invencibles de poner todo en palabras de golpe, de grabar mis pensamientos, de tomar instantáneas de esas cosas inexplicables que se me pasaban por la cabeza y cualquier lado sensible de mi humanidad toda.
Yo palabra, verbo, canción remota que imita un sonar de mandolin, de melódica o la energía de un bajista sin nombre que desata un histrionismo completamente atípico. Yo en todo eso, anónima entre la multitud que aplaude y sin embargo tan hermosamente única, sin que nadie lo note.
La felicidad agotada en una hora y media de energía amarilla y violeta, de movimientos involuntarios y el frío rosado en la cara que me acompaña por dieciocho y hacia arriba, chistándole a conocidos en las esquinas.

•••
El día llegó y yo exhausta desde un comienzo. El día estaba casi planificado, la agenda llena de cosas para hacer. La preparación del viaje, los preparativos para cumplir con mis clases, para asistir y ser la buena alumna que estoy pretendiendo ser de manera distendida pero responsable.
Y desde un inicio también las llamadas, los mensajes y las dedicatorias tan variopintas. La gente que piensa en mí y me lo demuestra de maneras simples. Sensible y conmovida, dediqué mi cumpleaños a prestar atención a los detalles, a recibir un perejil con una nota firmada por mis compañeros con una sonrisa inevitable, los preparativos para la cena en familia, los videos con la música que otros saben que me gusta, las palabras de personas que apenas me conocen pero con las que siento que me unen lazos hermosos. Risa, mucha trisa y  una felicidad completamente atípica que trastorna los pasados cumpleaños.

••••
Más amigos. Gusto a chocolate y a lluvia, a desencuentros en bares y a comida casera. Festejos y regalos secretos. Toda una nube que me despide por una semana de esta casa y este rincón en el mundo, mientras me abren los ojos y los brazos amistades que disfruto con cuentagotas.
En el medio de la semana, tengo uno o dos pensamientos que me alteran, una o dos cosas que me hacen flaquear. La pregunta de por qué nos hacemos tanto daño cuando nos queremos tanto, el miedo a recorrer ciertos sitios, la nostalgia de presentir la despedida aún antes de toda llegada.
Y también entre todo esto, la espera de una nueva vida que nos tiene en ascuas...

martes, 25 de mayo de 2010

"- Decime una cosa, una sola cosa que sea verdad.
- Yo a vos, y todo lo mío con vos, lo uso sólo para escribir."


Diálogos con un hombre de metal


«M,
¿Ni un té de valeriana de ayuda a dormir? Apenas empiezo mi jornada, bostezo, pienso en que ya es hora de afeitarme, en que olvidé por completo un montón de trámites que tenía que hacer ayer y se van acumulando como pendientes en mis listas (sí, ya sé, a vos te encantan las listas, yo las evito), pero las dejo reposar un rato más. Ahora vengo aquí, cuando tu noche es noche cerrada, madrugada pero aún oscuridad.
No hay como sostener alegrías ajenas, disfrutarlas como propias, encandilarse de fiestas que otros preparan para sí mismos. Tu sensibilidad va a impedir que dejes de hacerlo, M, por más herida que salgas, sé que siempre vas a estar ahí cuando las personas solas necesiten compartir una alegría o una pena con vos.
¿Qué hay de los que pasan un rato y se van?  me preguntás con una voz que adivino entrecortada por algún dolor nuevo, aunque sospecho es reciclado desde que tenés memoria.
Pues bueno, no deberían preocuparte. Hay quienes tienen una naturaleza de paraguas, están ahí para protegernos de un chaparrón y nada más. Incluso algunos son una simple parada de ómnibus, un techo austero que nos resguarda unos minutos y a veces nos mojamos igual con la lluvia. Pero vos, querida M, vos tenés naturaleza de hogar, un lugar donde quedarse, puertas que se abren y encienden las estufas y el fuego permanece y toda distancia se acorta.
Pero también hay gente nómade, que no quiere una casa, que no necesita una casa. Gente que va de hopedaje en hospedaje para guarecerse de temporales concretos. Luego se marchan.
Diste todo, pero todo lo que das regresa, dice esa canción que tanto te gusta. Todos esos hombres y mujeres que se quedaron por un tiempo en tu naturaleza de casa (casa con fuertes cimientos aunque la apariencia indique lo contrario) supieron encontrar lo justo y necesario durante un tiempo. Está bien, se olvidaron que la casa necesita mantenimiento y que no basta volver una vez por mes para sacudir las cortinas o barrer el patio, pero en esa casa se llenaron de risas y de grillos alegres, de veranos festejados gritando goles aunque odies el fútbol, leyendo libros, haciendo chistes interminables, adivinándose mutuamente los pensamientos, llamándose durante recitales, soportándose en los silencios. Hombres y mujeres se entibiaron con tu costumbre de talones, con tu capacidad increíble para dar el regalo justo en el momento correcto.
Se fueron y se olvidaron que tienen un lugar al que volver. O en verdad no, justamente, saben muy bien que siempre pueden volver, pero lo harán a su conveniencia. Y no podés evitar eso, M, por más doloroso que sea.
M, eme, eme... recorro las astas de esa letra ancha y zigzagueante con la mirada. Sos una casa con estufa a leña y una buhardilla donde guardás tus mejores libros. Y tenés una manta para cada ocasión, té de menta para convidar a las visitas. Una casa de aspecto frágil pero llena de habitaciones y puertas y ventanas.
Una casa luminosa con vista a todos los mares y a todos los bosques, a cada paisaje que uno elija.
Haceme caso, probá con valeriana y después me contás.»

Miranda no tiene sueño y escribe cartas

lunes, 17 de mayo de 2010

Metacuerpo

"puedo hacer canoas de papel
y llevarte a los lagos del sur
(no es tan lejos)
y mientras espero ya sabés,
preparé tostadas otra vez
(ya son miles)
nos leímos cuentos al dormir,
fuimos inmortales,
fuimos, si"


Canoas de papel - Valentin y los volcanes






Me sorprende una canción mientras cabeceo en un ómnibus de regreso. Sonrío porque alberga mi pseudo-sueño, capricho desde hace un par de años, y pienso en las tres o cuatro personas que prometieron llevarme. Todos con motivos, excusas o intereses diferentes, yo con un sólo objetivo en mente, importándome parcialmente el tipo de compañía, pero disfrutando de todas maneras de esas promesas que nunca se concretaron.
Ya son miles, sí. Pero poco huelen a tostadas los días que mato en pos de cualquier asunto trascendente.
Dejo de cabecear y continúo prestando atención a cada palabra articulada por esa voz quebradiza (se me ocurre que tengo debilidad por las voces quebradizas). 

Pienso en mi cuerpo. Extiendo mi cuerpo desnudo en mi mente, los brazos finos, las piernas cortas, mi espalda engendrando un mar pequeño de posibilidades. Noto las venas aparecer bajo la piel sumamente blanca, esparcirse subterráneas y atentas, dictándole caminos a seguir a cualquier mano. Pienso en mi cuerpo como pienso en el frío. Pienso en mi cuerpo como pienso en un miércoles. Pienso en mi cuerpo como pienso en las promesas no cumplidas, como pienso en este viaje de vuelta que me devuelve a la cotidianidad infecta de mi cuarto.
Pienso en mi cuerpo, en haber sido inmortal durante cuatro minutos mientras cambiaba de pieles, una tras otra sobre el escenario improvisado, en un vértigo público y tambaleante. Mi cuerpo en la cuerda floja de la aprobación. Mis brazos que me desenvuelven y se extienden hacia los costados y dicen que sí, que también soy esto poco que soy, con el coraje de nunca, la ingravidez de jamás, los poros hacia afuera soportando el frío.
Proyección de luz y secciones, como cortes de carne, a, b, c, d, g, h, k, s... mi cuerpo-metacuerpo, de espalda diminuta y omóplatos silenciosos seccionado bajo la lupa. Y es algo más bajo la lupa, bajo la mirada de otros. Mi cuerpo artefacto.

La canción termina y vuelvo a sonreír. Mentalmente me reconozco cada parte del cuerpo y pienso en el sur.
Y los días se miden en si les encontramos formas a las nubes o no, vos y yo.