jueves, 30 de septiembre de 2010

Café con leche

Le encantó, sobre todo, su piel desprolijamente oscura. No mucho, apenas un tono más oscuro que lo normal pero como si estuviese pintada de ese color, el pelo enmarcándole la cara en ese corte negro y desparejo, sin entender mucho qué era flequillo y qué no en su cara, que le sonreía desde el comienzo como si le hubiese hecho un regalo hermoso.
La película estuvo bien, todas las charlas estuvieron bien, pero no dejaba de sonreír ante su cuello café con leche, con manchas de a ratos más oscuras, que en el interior de algún bar del después y tras evidentes efectos de algo de alcohol, empezaron a bailar por propia voluntad.
La sonrisa sacudida por el corte de pelo, el escote que esta vez sólo le interesaba por un color al que no podía definir, la nariz perfecta y unos ojos tan pero tan normales, que no podían ser más hermosos.
Sabía lo que le esperaría al regreso, sabía que no podría con su obsesión e intentaría pintar ese color en vano. Le saldría de maravillas dibujar cientos de caras que se parecieran a ella, aún si sólo la hubiese visto por algunos segundos, sin tener su perfume floral durante las dos horas de película atentando contra sus instintos y su perfil iluminado de a ratos a unos centímetros de distancia.  Pero no ese color, nunca lograría dar con el tono, con la ridiculez ingeniosa de esas imperfectas manchas, que no parecían manchas sino un capricho de la piel, pero hermosa, de un color mutante y anestésico, aunque a la vez inquietante.
Sabía que no podría, que lo atormentaría ese hecho más que el pensar en una segunda salida, en una demostración de interés de su parte, en los mails o mensajes de texto respondidos. La obsesión continuaría y mientras ella ampliaba aún más su sonrisa antes de cada nuevo trago de cerveza, maquinaba formas extravagantes de capturar aquel color que pese a la luz tenue del bar, conseguía ver como la primera vez que brilló en la calle, bajo el sol, en un encuentro temprano que parecía no haber sucedido ese mismo día sino meses atrás.
Noche eterna, se dijo. No pensaba llevarla a la cama, tener sexo hasta hartarse, ni siquiera dormir junto a ella, sólo quería absorber, de alguna manera, ese color, tragárselo, bebérselo o inyectárselo para luego volcarlo sobre la tela, riéndose de las manchas que jugarían solas sobre el lienzo virgen.
Hablaba, no sabía de qué hablaba, se dejaba llevar por conversaciones que apenas comprendía, mientras su mente trabajaba a mil por encontrar el método, la forma de capturar ese tono particular y hermoso que hacía juego con sus caravanas extrañas y pendulares.
Se despidieron en una esquina, cuando ella se subió a un taxi, previo beso en la mejilla y quizás eso fue un pequeño tizne de esperanza. Su mejilla, con la barba de días sintió por primera vez el roce de esa piel que contenía todo el color que le había fascinado. Como un niño, quedó tomándose la mejilla con la mano, mientras veía el taxi subir por la avenida y doblar en una calle de nombre que desconocía, hacia la dirección que ella le hubiera dado al chofer y también desconocía.
Así caminó las veintipico de cuadras hasta su casa; así, vestido, se durmió, con la esperanza de tener en ese lado de la cara el futuro para la perfección de su obra. Aún sentía su olor y al cerrar los ojos tenía pegado su rostro en la retina...

(continuará) (o no)

viernes, 24 de septiembre de 2010

Algo de lo que una hace...

Proyecto de investigación fotográfica con fines académicos. No suelo mostrar mi producción académica por acá, pero hoy me dieron ganas y además prometí a cierta gente compartírsela.
Las fotos llevan un texto explicativo que va más abajo. El texto suena un poco grandilocuente para lo que fue la investigación (tiempos, motivaciones, etc.), pero es un terreno que continúo explorando, por otros lados.
Es largo, aviso.






“La diferencia entre la belleza de expresión y el poder de la expresión es la función. La primera aspira a complacer los sentidos; la segunda tiene la vitalidad espiritual que es mucho más conmovedora y va más allá de los sentidos.”
Henry Moore

Mi investigación fotográfica comenzó fuera del obturador, con el ojo lejos de la cámara en el sentido físico, pero no en un sentido más metafórico. El proyecto de investigación tuvo diferentes procesos que constituyeron una investigación en sí misma.
La elección de un “tema” era algo que me preocupaba y hacía que abriera mis ojos, como decía antes, a lo que me rodeaba, ni siquiera para encontrarlo en el sentido de hilo conductor estético o narrativo, sino para encontrar lo que fuera que necesitara para el proyecto de investigación o una foto particular.
Después de recorrer lugares geográficos, mentales, textuales y espaciales, varias ideas acudieron y también la necesidad de elegir una. De allí devino mi intención temática, no como un punto de partida sino como una revelación después de ver una gran cantidad de fotos sacadas con la consigna de “lo que me atrajera”.
Constituida esta parte del proceso, vino la temática, la indagación bibliográfica (que no expondré aquí) y personal, dentro de mi poco o mucho bagaje cultural.
¡Enmarquemos! Hay tanta cosa enmarcada por ahí. El marco, históricamente, ha tenido una función desde el arte que, aunque me parece prescindible desarrollar ahora, no deja de ser importante.
El marco me sugirió el tema de la museificación y decidí tomarlo de manera, podría decirse, irónica. El marco como adorno, como encuadre de elementos a resaltar, implica una intención de museificación que me gusta cuestionar. Históricamente el marco, en determinadas épocas, no era cuestión de azar, sino algo a elegir, algo a diseñar, a tener en cuenta, tanto o más que lo que esto enmarcaría, o “llevaría dentro”.
La idea de museificación me cuestionó el hecho de que actualmente todo es museificado, resaltado. Tanto de ida como de vuelta, hay una diégesis museica en que, desde lo más marginal, obsceno, banal o “antiestético” se lleva al museo; lo mismo de la manera opuesta.
“Museo no designa aquí un lugar o un espacio físico determinado, sino la dimensión separada a la que se transfiere aquello que en el pasado fue percibido como verdadero y decisivo, y ya no lo es. El Museo puede coincidir, en este sentido, con una ciudad (…) e incluso con un grupo de individuos (…). En términos generales, hoy todo puede volverse Museo, porque éste denomina simplemente la exposición de una imposibilidad de usar, de habitar, de  experimentar.”  1
La relación museo-cuadro me parecía algo inevitable, pero también pretendía tomar la museificación en el sentido en que señala Agamben.
Bajtin también hablaba sobre la desmuseificación, en tanto el museo se convertía en una ritualización del mercado, y la constitución de las reproducciones como parte de la cultura popular.
Es así que decidí presentar el “enmarcar” fuera de toda museificación, con cosas al azar. Fotografías que tienen fragmentos de muchas cosas, fotografías donde el marco es protagonista y a la vez no, dependiendo de la mirada del espectador, pero que pretende (quizás de forma demasiado ambiciosa) generar el cuestionamiento de si lo “enmarcado” debe ser mirado o no, o de si “lo de adentro” es lo que realmente hay que mirar.
El tratamiento de postproducción fotográfico pretendía generar una coincidencia estética a través del color, partiendo de una elección personal, que forma parte de los procesos de los que hablaba al comienzo.
La existencia en la serie de una fotografía (foto 4) que no participa del concepto más estricto de marco no es casual, pero, personalmente, sí constituye una forma de enmarcar porque se trata, por qué no, de mirar y ser mirado a través de algo.


1  Giorgio Agamben: Profanaciones, Ed. Anagrama, Barcelona, 2005, p. 111.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Postales de principio de semana


• Un hombre vende, canjea y compra monedas, pero apenas aprecia la numismática.
"Son tipos raros, los coleccionistas", dice, y ambos reímos (yo pienso en los coleccionistas, en los tocs, en un hombre al que raramente le descubrí el gusto por la numismática), mientras sobre su mesa improvisada se acumulan monedas hermosas, que brillan con el sol del domingo.

• Una chica-niña se arrodilla en el suelo, por rato, a ojear fotos eróticas antiguas, de una belleza con olor a humedad e innombrable, y un número fantástico (pero caro, dice) de la revista Sur (y quizás recuerda a alguien que en la lejanía, extraña, para amar juntas escenarios y caserones históricos)

• Un hombre se persigna al pasar frente al hipódromo.
Me llama la atención no saber si es un culto de burrero o demencia senil.

• Té de tres yuyos para dos

• Un hombre de edad lee un cartel en la cinemateca. Una chica se detiene a hacer lo mismo y el hombre cambia su vista hacia ella, extrañado, como si fuese más interesante que la información que le propiciaba el cartel. La chica se va. El hombre vuelve al cartel pero ya no puede concentrarse. Ni siquiera recuerda el rostro o una belleza fugaz. Solo la juventud apócrifa en su mundo snob.

• Alguien se sube al ómnibus y canta Jacinta, luego Garota de Ipanema, ambas con una gracia y una belleza que dan gusto. Una chica debe bajarse antes y no sabe qué hacer con las monedas que quiere darle. Cuando finalmente se decide por dejárselas a una señora con indicaciones de que son para el cantor, él detiene su canto y le dice, sonriente: muito brigado.
Ella voltea, sonriendo (como venía haciendo desde los primeros acordes de Jacinta) pero con las mejillas rojas. Todo el ómnibus la miraba y sonreía en su paso hacia la puerta del fondo.

Nadie mira hacia arriba en la ciudad. Nadie no. De pronto, en una esquina, alguien nota que el casino tiene en su noble balcón, tras las banderas, a un hombre pelado, de traje, apoyado en la baranda, mirando la ciudad. En frente, un friso enorme, una figura imponente con un tinte a deidad, lo mira casi acusándolo. Casualmente el edificio es una iglesia de Dios es Amor, pero antiguamente el casino no era casino y la Iglesia, con ese friso, era un simple cine.


• Un muchacho saca una foto a una muñeca pintada de payaso.
Una muchacha saca una foto a un muchacho que saca una foto a una muñeca pintada de payaso


"Acababa de descubrir, frente a Pellerin vencedor, que su propia vida era gris. Acababa sobre todo de descubrir que él, Robineau, a pesar de su título de inspector y de su autoridad, valía menos que ese hombre quebrantado por la fatiga, acurrucado en el ángulo del coche, con los ojos cerrados y las manos negras de aceite. Por primera vez Robineau admiraba. Necesitaba decirlo, necesitaba, sobre todo, ganarse una amistad"
Vuelo Nocturno - Antoine de Saint-Exupery

• Abría los regalos como niña en el día de navidad. La emoción no se le iba nunca. Después se los mostraba a todo el mundo. Su niñez encadenada con papel salía a flote con las cosas más simples.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Gorrión

"Escuché esto y me acordé de vos. Sos una mujer-gorrión"
Diálogos con un hombre de metal




Nacer libre como el viento, moviéndose por instinto.
En el día más Darno de todo el año, acalorada a pesar del frío, alguien erraba por las calles de un Montevideo que hace rato la echó de la habitación.
"Y le da pena el canario, pero no envidia el halcón", además de tutearse con las nubes, a las que le encuentra siempre una forma distinta, hasta en sueños, corriendo por la montañita de césped que, en su sueño, también es la cabeza de una mujer-niña que a su vez sueña con ser gorrión.

Pajarillo errante, la noche juega al dominó y hace trampa, guardando copias de las fichas codiciadas bajo una manga de besos y arroz.

¿Alguna vez pintaron en su lecho nombres? ¿Alguna vez, en su cuarto, ojos?

Y sin embargo la noche sigue fría y ella con toda la nostalgia darnauchanesca, hasta pararse en una esquina y sentir que otro hombre le habla desde los auriculares. Pero el llanto, pero ahí no, porque en la calle no se puede.

Pajarillo errante, se volará esa noche enferma. Terminará en la misma rama, en la misma ciega sed de piernas.

A veces tiembla, tras la tormenta, pareciendo un friso, contra un nido que encontró. El gorrión se amura hasta en los pedales de las bicicletas que miran el sol.

martes, 7 de septiembre de 2010

La escuela de niños simples

Los niños de la vieja escuela solían sentarse en el suelo por Juan Carlos Gómez, con la espalda apoyada al Cabildo, mientras copiaban en sus cuadernos las burbujas de jabón que un mimo hacía de manera increíble y sin parar.
Hacían burbujas de todos los colores y a veces el mimo les prestaba sus artefactos para que ellos pudieran fabricarlas y sus compañeros seguirlas dibujando.
Había burbujas de todos colores, cada uno tenía una destreza especial para captar la imagen de aquellas efímeras y frágiles criaturas con brillo en la mañana soleada.
También contaban los adoquines. Cuántos había en cada fila desde el muro hasta el comienzo de la plaza Constitución. Anotaban los números, hacían la tarea y después podían ir a saltar la cuerda.
A la hora del recreo el profesor ciruela se repartía entre todos porque, de todas maneras, siempre volvía a crecerle una nueva cabeza. Algunos traían pan dulce de maíz para compartir, mientras el profesor miraba los dibujos de las pompas de jabón.
Al caer la tarde, antes de terminar la jornada, el que quería, podía bajar hasta la Rambla Francia y escribir una oración o un pequeño párrafo sobre el mar.
Sin que los niños supieran, el maestro los guardaba todos y un día, cuando fue demasiado mayor para continuar con su escuela de niños sonrientes, armó un libro con todas esas frases y lo lanzó, con cariño, al mar, desde la Rambla sur.
"Fuimos felices", recuerdan algunos de esos niños, ahora ya adultos.
"Comíamos ciruela y pan con maíz y dibujábamos burbujas de jabón, que era lo que más nos gustaba."
No Pueden caminar ya por la calle Sarandí sin sentir unos gramos de nostalgia y mucho menos, ver el cabildo o la Plaza Constitución sin que se les estruje un poco el pecho. Y algunos, al oír las campanadas de la catedral, lloran un poquito, entre sus carpetas de oficinistas, que levantan unos centímetros para ocultar sus rostros.

=)