domingo, 8 de diciembre de 2013

El Zahir

"La creencia en el Zahir es islámica y data, al parecer, del siglo XVIII.(...) Zahir, en árabe, quiere decir notorio, visible; en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios (...) en un colegio de Shiraz hubo un astrolabio de cobre, 'construido de tal suerte que quien lo miraba una vez no pensaba en otra cosa y así el rey ordenó que lo arrojaran a lo más profundo del mar, para que los hombres no se olvidaran del universo'"
El Zahir - J.L. Borges

Diciembre está lleno de fechas que traen a mi mente una o dos cosas que bien podrían ser mis Zahires. Están siempre, en realidad. Esas fechas hacen que pulsen con más fuerza en la memoria, que se conviertan en imágenes nítidas. Puedo ver mi cuerpo acostado mientras una llamada telefónica corona el día más feliz de un lejano 2009, por ejemplo. 
Se huele el verano. En la piel se siente el calor pegajoso, enmudecen las venas porque la presión sanguínea está por el suelo, pero con un par de artificios logro recrear un clima agradable en mi bunker de soledad y vuelvo a leer a Kawabata. Como ese otro verano, hace un par de años, me impregno del olor a nieve, la lentitud contemplativa y esa belleza de paisajes que jamás vi.
Todo parece transcurrir en dos planos. Visto en perspectiva, parece no quedar nada para que acabe el año. Subjetivamente, faltan siglos para terminar de concretar mis planes migratorios, el reencuentro con el amor, las costumbres de otra ciudad, los amigos lejanos, los proyectos.
En esa dualidad no planificada, también está la dualidad de la felicidad y la nostalgia, la pereza y la energía, el desprendimiento y la huida. Mientras tanto, aquel zahir que fue una imagen pasajera se instala nuevamente allí donde es difícil apartar la vista, entrometiéndose en las posibilidades de planes, confundiendo encuentros en el transporte público o trayendo recuerdos absurdos, para luego descubrir que simplemente fueron sueños.
Nada está quieto. Nada está quieto ahora que no tengo miedo a salir a la calle, a tener memoria, a irme lejos, a amar sin esperar nada a cambio.
Y el movimiento da vértigo.