jueves, 26 de noviembre de 2009

Casualidades hermosas (post medio al pedo)

Sólo hago este post porque acabo de leer una cosa que me sorprendió, me dio gracia... no sé. Más allá de mi conexión, juzguen por uds mismos lo que acá les traigo. Hoy leí esto:

""Voz de zorzal apichonado", definió la Rolling Stone a esta nueva promesa del folk-pop."
(En un artículo sobre Coiffeur, que leí acá)

"Voz de zorzal apichonado"
!! ¿no tiene algo que ver con mi "Voz de papagayito frágil" para definir a uno de los tipos que cantan y cada tanto traigo para retratar en el blog?

Fantástico. Los que me siguen de hace tiempo (y los que no, bueno, pueden leer esos post, también) me dirán... A mí la coincidencia me hizo reir y me pareció maravillosa. Yo qué sé.

Ok, ya retomaré los posts más serios, pero necesitaba decirle esto a alguien y no había otro lugar mejor que el espacio donde han surgido estas cosas.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Insomnio

Justo cuando las nubes parecían acomodarse sin alfileres en el cielo, vino la lluvia que las dejó huérfanas. Un claro de luna soplaba viento con gusto a otros nombres, pero ninguna red había en sus manos que pudieran pescar esas palabras momentáneas.
Entonces el quiebre, el rayo fulminante de la resignación, las noches de soliloquios parecidos a un llanto, el muelle de pescadores lleno de cañas brillantes y a la espera.
En sus manos se retorcía todo el equipaje que había prometido, los cítricos encuentros en plazas, las mañanas que entibiaba con una risa pequeña, las caminatas en soledad con una mínima esperanza de reencuentro.
Y trasnochar por costumbre y volverse ajena, autoenemistarse, babearse de soledad y rabia, de un repentino calambre en los oídos, de pantallas blancas con olor a despedida.
Algo tembló, al fin, entre sus piernas, la llamada del escape, las vendas provisorias de fines de noviembre. Algo permaneció en silencio mientras crecía el olvido.
Hay un huésped sin nombre habitándole el sueño, una pesadilla hermosa bailoteándole en las alas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Accidentes

Cuando la calle es calle. Eso que está ahí afuera, esperando el vicio ajeno, interponiéndose entre las veredas que sudan con tus dientes. Algo así como romper la calma, tirarse desde un séptimo piso y evitar el quiebre justo a unos centímetros de la baldosa. Así estaba. Así la calle, esa otra cosa que sucede ahí afuera. Lejos de mi abrazo.
Pero entonces la noche y un brazo partido en dos por las marcas del sol, rodeando toda deformación de huesos y de piel blanca. Así el rostro que me recibe en la mañana, despertándose de un sueño con gusto a mandarinas. Así y todo, bostezo. No me quiero quedar entre las sábanas, a destilar fracciones de números que no entiendo.
Todo es natural, nena, dijo el dios del trueno sentado sobre su armario. Ese atípico cartelito que un monstruo de cerámica sostenía entre sus garras. Se parecía a luzbelito, pero no, alrededor le tintineaban restos de otros maquillajes, las plumas gastadas de un atrapasueños, colgajos inútiles que desprendían polvo.
Todo es natural, nena, repitió cuando me vio observar el amorfo ser sobre la repisa. Y en un choque de miradas apareció de nuevo la calle, ahí, en el medio, los hierros doblados de nuestros coches lastimándonos adentro. La señora que paseaba el perro se detuvo y llamó una ambulancia.
Demasiado tarde.
Séptimos pisos y alfileres en los muñecos vudú que agita el viento.




(y Eclipse se decidió a un futurísimo libro de prosa poética)

jueves, 12 de noviembre de 2009

Fotomemoria

La foto me hizo acordar a esos fines de semana de febrero. Todos juntos por un fin de semana en Guazuvirá.
Uno al año. Nunca suficiente pero con la apariencia de serlo.
La escalera entre la arena, subir y bajar cada mañana y cada tarde, como caracoles felices, como lombrices en un día de lluvia.
Todos tan contentos.
Todos tan soleados.
Todos con la piel tan a la vista.
Todos sin miedo a las estrías o a las pecas o a los quilos de más.
La foto tenía que arrancarme la voz y me arrancó un recuerdo. La foto que no es Guazuvirá ni febrero. Es lo que tienen ciertas imágenes.
Pero vos... pero eso que antes me pasaba, pero lo que quizás me esté pasando en otros ojos y lo que pasa en los veranos en ese balneario desierto...
Pero yo... y esos veranos en Guazuvirá, que nada tienen que ver contigo, pero la foto...

lunes, 9 de noviembre de 2009

Com.pro.per

Comisión Pro Pérdida. Así se autodenomina un grupo de gente que pone a disposición su hermosa casa una vez por mes para que quienes deseen asistan a un encuentro con el arte. Alguien inicia sesión en la parte literaria y luego el espacio queda abierto a quienes tengan ganas de arrimarse y leer sus cosas. Después de un breve corte, se abre la parte musical con un nuevo invitado y otra vez el espacio de micrófono abierto. Breve descripción de algo super simple pero a la vez lleno de cosas. Gente a la que le interesa perder (dinero, tiempo, etc) para poder encontrarse.
Calidez. Esa es la primera palabra que se me viene a la mente. Calidez desde el abrazo de bienvenida y de cada desconocido que llega a la casa. ¡Comida! ¡sí! Preparan comida casera que comparten entre risas, mientras el que ande por la vuelta ayuda a cortar, arrima platos, vasos, tazas, lo que haya a mano, mientras la perra busca quien le haga mimos.
Así, simple, a la luz de las velas en esa décima edición, la casa se llenó de voces, de idiomas, de charlas espontáneas entre conocidos y desconocidos, entre hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes que ofrecían sus pechos para el estandarte de la calidez.
Claudio nos hace reír y pensar en sus poemas finlandeses con olor a Montevideo (¿o montevideanos con olor a Finlandia?)
Rebeca, con sus enormes ojos azules y su cara rosada enmarcada por el septentrional pelo rubio, nos conquista el estómago con brownies y el corazón con su acento y sus miradas seductoras mientras lee cosas de aparente inocencia. Ventisca.
Brown con sus ojos cerrados y la cara del disfrute a cada segundo de su música.
Rachel con las canciones más hermosas que he escuchado en este último tiempo, nos habla de imaginarse observar a los vecinos, nos explica todo con su perfecto español.
Nicolás contando qué pasa después de la muerte, las velas le hacen un rostro tenebrosamente fantástico, resaltando sus muecas, mientras es acompañado por la simpática perra (y yo pienso en Mademoiselle Nobs)
Laura canta con una voz limpia canciones de una inocencia adolescente.
Fede repite esa canción que escuché hace unas semanas y me gustó, pide disculpas, continúa, llueve calma y puertas entreabiertas.
Patricia nos hipnotiza con su danza de fuego, el sonido de las llamas contra la noche estrellada, el olor a kerosene, la guitarra improvisada que le acompaña en el juego.
Y ganas de volver, caminata eterna entre la soledad de un domingo. Se parece bastante a esa sensación de soledad que me invadió constantemente en la casa. Rodeada de gente, escuchando cientos de conversaciones a la vez, pero escondida detrás de un vaso en algún rincón de la penumbra reinante, esa soledad tan concurrida me daba largos instantes de contemplación. Ganas de salir corriendo mezcladas con ganas de quedarme hasta recuperar algo que creía perdido.
Luego más soledad en la noche fresca de un Montevideo dormido.
Y a dormir con la esperanza de algún día...

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Con gusto a x-o II



El viaje en ómnibus casi llegaba a su fin. El cuerpo cansado se sostenía de las sienes que respiraban el frío de la ventanilla y miraba con ojos entrecerrados el paisaje de siempre. Se afirmó al asiento con antelación, previendo la rutinaria curva que da el ómnibus al dejar Magallanes y doblar en Miguelete. La tarde apenas dolía, el frío se hacía más soportable aunque ya debería haberse disipado, Setiembre alumbraba con extrañeza las calles por esos días con olor a fin del mundo.
Entonces la vio, mientras el ómnibus esperaba para doblar, allí, sentada con todo el juicio del mundo, pequeña y hermosa, una nota disonante en la melodía del contexto. En el bar de la esquina, cuyo interior siempre observa a través de las ventanas sucias, ese interior de maquinitas y oscuridad, en el que en tantos viajes pretende adivinar historias, la naturaleza de los dueños o de los clientes, la vio a ella, sentada al lado de una ventana abierta.
La nena de pelo largo, castaño, sin demasiadas particularidades pero hermosa y tan frágil contra la mesa de cármica y el tinte marrón oscuro del recinto. Balanceaba sus piernitas que no llegaban al piso, sus aparentes ocho años se dibujaban en el bolichón de barrio. Sola, en una mesa junto a la ventana, la niña se concentraba en aparentes tareas, frente a la ceibalita verdiblanca, que destellaba más entre el resto de los colores de la escena.
La mesa solitaria, que otras veces sostiene botellas de cerveza o vasos de grapa, sostenía con similar entusiasmo una botella de coca-cola, la ceibalita erguida y los codos de la nena.
La miró, incorporándose en su asiento, le clavó la mirada que no perturbó su áurea calma y delicadeza infantil. Toda la inocencia mezclada en el contexto tan poco inocente, toda esa fragilidad hundida en las heridas que otros han dejado en noches de penas ahogadas. Y el ómnibus que dobla y que se pasea frente al bar en que otros concurren con propósitos tan distintos.
Y la nena, tatuada en su mente por días, por meses, eterna en su ceibalita que le dibuja sonrisas y dilata sus pupilas pequeñas.
La ciudad es un borrón después, una mancha deforme en el ocaso mismo de las cosas.