miércoles, 28 de abril de 2010

Un mundo


"Esse é o nosso mundo
O que é demais
Nunca é o bastante
E a primeira vez
É sempre a última chance
Ninguém vê onde chegamos
Os assassinos estão livres"

Teatro dos Vampiros - Legião Urbana

Subimos al techo. Los árboles demasiado altos, la casa demasiado hundida en la ciudad. No tenemos panorámica; el barrio, el rincón extraño de esas casas todas iguales nos ofrece un paisaje de soledad, de alfombras verdes, una fábrica, cables que cuelgan a uno y otro lado. Me río de la iniciativa y me siento en el suelo-techo, fantaseando con la idea de la reversibilidad de esa superficie.
Casi no hablamos. La tarde se muere ahí arriba pero ignoramos si pasa lo mismo allá abajo.
Subimos al techo y hablamos de nombres, de calles, de ciudades, sin ver ni un auto pasar; demasiado bajos, demasiado tranquilos, demasiado domingo.
Bajamos sorteando obstáculos y nos olvidamos que era invierno, porque el sol nos había dado una tregua.

E a cada hora que passa
Envelhecemos dez semanas...

Nos quedamos con miradas ancianas pensando en una tarde, en que "ese es nuestro mundo, lo que es demasiado, nunca es suficiente." Y vacilamos ante ese futuro de infusiones y recorridas por los tejados.

jueves, 22 de abril de 2010

Para dónde va la noche mucho menos sé

"No me importa si el viento va al oeste 
O para atrás, donde sea voy a ir 
Voy a cortar las guirnaldas de esta peste 
A remontar que no quede ni una sola más 

Si queda sola se siente sola 
Si acompañada está busca la libertad"

Va al Oeste - Onda vaga

Primero esperó un ómnibus y al día siguiente un colectivo. En alguno de ellos, no recuerda bien cuál, había una señora con un bolso marrón a su lado. Lo miró como increpándolo, oliéndole de lejos con extrañeza. Ahora creía acordarse que había sido un ómnibus, porque allí se le sentía ese olor a extranjero.

Subió con las instrucciones precisas. Ella le dio un beso fugaz y dijo rápidamente, porque ya casi se olvidaba de darle las señas: cientoveintiúno, te bajás en la plaza independencia, lo demás ya lo sabés. Y antes de subirse a su ómnibus y dejarlo solo, sonrió de una manera en que no iba a verla sonreír nunca más. Esperó breves instantes y allí la mujer con el bolso que lo llenaba de curiosidad. Él tampoco sonreiría casi, ya no más en su presencia, a menos que ella frunciera un par de veces el ceño y se lo pidiera específicamente. Entonces ensayaba algo cargado de melancolía y cosas que no iba a decirle.

Ahora, mientras la acariciaba y furtivamente metía su mano entre la tela de esa pollera violeta, pensaba en el ómnibus, en la señora de bolso enorme, lentes gruesos y cara extenuantemente seria; llevaba cierta circunspección en el semblante y lo miraba como acusándolo de algo, quizás de esa felicidad desbordante que se le salía del pecho y le creaba un aura alrededor de la piel llena de sudor y arena.

Palpó el calor de eso otro que le hablaba entre tela violeta y quejidos de cansancio, eso que le esperaba para reclamarle mucho más que sonrisas, y recordó la acusación de la mujer. Retiró la mano. Y los intentos más tarde. Y el rechazo y el silencio y un adiós apurado entre las flemas de una escalera mecánica. Sin saberlo había ensayado, desde el primer momento en que cruzó la plaza, todo el después.

martes, 20 de abril de 2010

Olor a mandarinas

Y vas a oscuras 
buscas a tientas el olor a mandarinas 
y respiras y nos gusta aunque no me lo digas 
que luego hacerlo no nos cuesta nada.


Olor a mandarinas - Zahara


Siempre buscó a tientas con sus ojos claros. Un sapito, quizás, para hacer como en el poema, convertirlo en mano y no pedir mucho, no pedir casi nada, casi que así de poquito que con dos dedos te hacés toda una idea de lo que pide.

En el pelo siempre llevó olor a mandarinas dulces, esas cosas que creyó decir con inocencia una tarde en que octubre se devoraba sus ganas de no-ser y aprendía. Aprendía cosas nuevas, primeras veces de olvido, de sábanas con tos, de múltiplos, de abrazos que se regalan en la calle y que sin saberlo se transforman en tarjetas de visita.

Visitaba y dolía. Costaba. Te ponías tan serio antes y después. Una mecánica de trenes, de espiar las vías porque el trayecto era largo. Y tan tímidas las mañanas, tan temprano las partidas. Pero pelaba las mandarinas con los ojos claros y un buenos días dicho sin despertar a su lado, anteponiendo méritos triviales a las horas de sueño no compartidas. Y qué decirle. La ruedita del reloj giró, sonaron las campanas. ¡Ay! cómo sonaba ese reloj en las en punto. Pero no había más canciones a un click de distancia, solo fideos sin sal para aflojar los músculos en el después, que tampoco implicaba dormir.

La noche estaba envuelta en una niebla fantasmal. Tardó unos segundos en besarle las manos con gusto a domingo, se apoderó de los edificios, de ese lugar en que todo dormía y parecía demasiado de otro planeta. Minutos antes, los grillos cantaban en medio de la ciudad. La madrugada contemplaba su espera en la avenida solitaria, el antes a la niebla, el germen de un sueño que luego tendría. El sueño con olor a mandarinas. Porque fijate, porque venganza y las ganas que cuelgan de un hilo y decir que no, como Ulises, como Idea, como el poema que tiene guardado en esa carpeta con nombre genérico. Porque vos viste, porque al final, cuando ya nada, cuando los ojos se le cerraban de dolor de cabeza, porque el fernet, porque los nervios. Porque ahí un mensaje tipeado al descuido. Porque ya es tarde y nadie viene. Por las dudas.

martes, 13 de abril de 2010

Cuatro

Hoy voy a empezar a construir la casa donde estaré
para toda la vida
voy a recorrer esta ciudad voy a llegar hasta el mar,
el mar me cura la herida, y voy a saltar voy a nadar hasta otro lugar
para toda la vida.

Berlin - Coque Malla

.
Había decidido despreocuparse de toda contrariedad. Buscó durante meses, hizo cálculos, se contactó con gente y dio con las personas correctas. Creía que todo lo que jamás podría pasar de la forma que le gustaría, sucedería en algún otro plano, así más no fuera que en lo intelectual. Apuró los trámites, mandó los mails correctos, los puso en contacto. Tras largas jornadas, meses de trabajo, más meses de espera, las páginas con olor a tinta, con olor a libro nuevo se deslizaban por sus dedos sudorosos.
Le habían publicado el libro, una de sus novelas, una de esas tantas cosas en que ella creyó desde un comienzo. No se sentía salvadora del mundo, no creía que su participación fuera de suma importancia. Cuando finalmente dejó el libro sobre la mesa, reposando, casi descansando por ella del trajín de más de un año desde la decisión inicial, lo miró y sonrieron. Ella sacó de la caja que tenía al lado un cigarrillo, lo encendió con el encendedor que a tiempo él le extendía y dio una primera y larga pitada, entrecerrando los ojos, como si eso fuera el después del mejor orgasmo.

..
Jugaste lo que creías había que jugar. Las cartas justas, las que al mirarlas te hicieron sonreír maliciosamente, con las que anticipaste una partida ganada. Jugaste para no perder, para ganar, quién sabe qué, más noches, más tiempo en vela, más minutos rozándose despacio contra otros mazos con futuros más prometedores.
Jugaste y ahora nomás querés irte y fabricarte la casita para estar siempre, aunque implique tu anonimato, para poder ser un border más, para dejar atrás lo que debe ser dejado atrás.
Entonces no sé por qué jugaste para ganar y te retirás como si hubieses perdido. Será que ganar una sola mano no te alcanza. Será que la casa en las montañas, solitaria para siempre, puede más.

...
Buscar las horas exactas para anclar en un tobillo sin nombre. Acatar las reglas de cualquier color de manos. Internarse como siempre en una penumbra de caricias. Para exigirnos algo. Para escaparnos de algo. Para entender muy poco.

....
No hay nada que tenga gusto a toda la vida

miércoles, 7 de abril de 2010

Valentía absurda.

No digo lo que digo,
hago lo que no hago.
Al revés, al revés porque
Ser valiente no es solo cuestión de suerte...

Valiente - Vetusta morla

A punto de dar cuerda a millones de relojes, a punto de dejar la paz de un anonimato entre las fieras. Pongo un pie en el acelerador y me confieso un poquito valiente. Apenas. Como si de un gesto se tratase, como si de pasar una mano por esa cara que nos mira, como si de dar la palabra justa que anule la distancia que nos separa a uno y otro lado de una mesa, de una cama, de un terrón de azúcar sin ganas de sumergirse.
Un poco. Y sigo tomando té por costumbre, empapándome de un vicio despreocupado y tan lleno de lluvia.
Y sigo poniéndole nombres de personas, situaciones y horarios a cada canción. Y sigo previniéndome a mí misma de futuros males.
Como si de alojarme en un nuevo silencio se tratase.
Una valentía hecha de papel, frágil y llena de grietas, porque el después casi está escrito. Apenas. Como si de tocar el sol sin quemarnos se tratase.

lunes, 5 de abril de 2010

El tipo que canta VIII

En tiempos de otoño premeditado, en momentos de poner el pecho y parar las balas del aburrimiento, el sedentarismo obligado; hay cada tanto alguna noche que contagia con sus gramos de elocuencia y paz a la fuerza. Hay malhumores que se curan en un viaje de cuarenta y cinco minutos, atolondrando las ganas de salirse del tablero, de recorrer kilómetros inventados para castigar impunemente a los que nos dejan de a pie.
Y existe también un rincón en la selva de almas en pena de una semana desierta, la voz que no colma todas las expectativas pero nos inunda de esa paz que solo brinda lo bueno conocido.
Babilonia estrena vestido y años, derechos legales, deseos de calor en otros centros, esa soledad que rellenamos con sonrisas y temas de conversación que no se acaban nunca. Cantamos en la calle, a orillas de una acera apenas poblada, canciones que nos dibujaron cada tanto los contornos y nos enredaron en sus lenguas ibéricas o porteñas.
Esperamos la voz conocida, el murmullo de ternura como el último complemento, la pieza del puzzle que faltaba, eso tan lleno de sutileza que no puede decirse con palabras. Como en una ronda de amigos, las piernas enrolladas y las miradas cómplices son el escenario de las canciones de nunca y de siempre, el otoño entre las cuerdas de una guitarra y la ya bautizada voz de papagayito frágil.
Y una vez más nos espera esa lengua de cemento para empinarnos hasta casa. Con las alas cansadas y el corazón revuelto. Una vez más hacia el norte, entre migas de sueño, nos espera la nostalgia del regreso.

[un paréntesis entre las recomendaciones]