domingo, 29 de septiembre de 2013

Con todo el cuerpo.

Me siento dichosa después de cocinar para toda la familia, después de pasarme unas tres horas pelando, picando, amasando, revolviendo... Me siento poderosa, independiente.

A muchísimos kilómetros de distancia, mi hermana tiene una confesión para hacerme: "No sé bien cómo explicártelo, pero te lo digo porque sé que me vas a entender. Acá se cocina con todo el cuerpo, hermana, con-to-do-el-cuer-po".

Mientras yo, en esta ciudad tan parecida a otras, me muevo algunos pasos para dejar todo listo para la cena, apenas me doy vuelta una y otra vez para intercalar preparación en la olla y preparación en la mesada... mi hermana debe sentarse para picar, arrodillarse para preparar el fuego, pararse para revolver, mientras se le caen las lágrimas por el humo que sale de la enorme fogata. Los brazos se le llenan de marcas, los músculos cada vez más desarrollados y las salpicaduras que tatúan durante un tiempo, cual marcas de guerra, el recuerdo de haber pasado esa semana como encargada de la cocina. Las piernas también muestran llagas producto del calor y las posiciones incómodas, el ejercicio de flexionar y estirar es continuo mientras la comida va cumpliendo una a una las etapas de su proceso.

Lo que yo pueda hacer en unas horas para alimentar a mi familia, ella lo hace durante todo el día para el disfrute de una comunidad entera.
A mí me da la sensación de independencia. Ella me dice, sin que yo opine antes, que cocinar con todo el cuerpo le da una enorme sensación de libertad. Adoptar diferentes posiciones que en otra circunstancia se habría privado de tomar, estar atenta a que cualquier movimiento equivocado puede significar peligro, para la comida o para ella misma, la alerta hasta en los poros y la sonrisa todo el tiempo en la cara, a pesar de que los ojos se hinchan y lloran, a pesar de que todo duele al final del día.

Baja al río en la misma semana cansada, cantando, me la imagino, masticando caña, la pienso, con sus trenzas bailando a cada lado de su cuerpo, junto a los brazos fuertes y quemados por el sol y el fuego. Baja al río a lavar la ropa con todo el cuerpo, mientras recuerda que en aquel lugar remoto que supo ser su casa, bastaba con apretar un botón. Inclina todo su cuerpo hacia adelante y refriega con decisión la ropa gastada. La libertad hace burbujas y se acurruca en los arcoiris que se forman entre el agua con jabón.

martes, 17 de septiembre de 2013

Sabiduría de lo banal

Saber a veces duele.
No le gustaba su nariz redonda, pequeña.
Saber sin querer enterarse.
No le gustaba su baja estatura, el pelo rebelde y sin forma.
Una estampida de realidad que creía perdida se abalanzó sonriente sobre sus ojos y su rutina. Y esa especie de entelequia comenzó a vibrar, a rugir, a gemir apenas de a ratos, a burlarse de las trabas con que había creído asegurar las puertas.
El conocimiento puede ser como el fruto prohibido.
No le gustaban tantas cosas y sin embargo...
Esa sabiduría de lo banal le trajo postales de otros tiempos, que atesora bajo llave y nostalgia, entre canciones y aromas enredados bien al fondo del cajón.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Pleamar

A veces la chatura lo invade todo. Una masa compacta de sucesos no muy destacables, similares unos a otros, ninguna palabra que valga la pena agregar al diccionario personal, ninguna mirada demasiado intensa, demasiado triste o demasiado viva para nuestro inventario de seres.
Y entonces el vaivén inevitable hace que llegue la montaña rusa. Y así lo prefiero. Donde cada bajada, por más profunda, por más dolorosa o interminable que parezca, valdrá la pena o se olvidará luego cuando uno está en la cumbre y todo desde arriba cobra nuevo sentido.
Y a veces en esa cumbre, es posible percibir el sabor de un beso en una mirada.
Todos los relojes dan la hora en punto.
El lugar perfecto puede ser el cordón de la vereda.
Las esperas no pesan en los pies sino que provocan ese vértigo luminoso de presentir el placer.
Las distancias son antenas que se estiran, que finalmente conectan.
Los silencios se desarman y se vuelven a armar pero en forma de sonrisas.
La marea sube, sin inundar.