domingo, 30 de mayo de 2010

El tipo que canta IX...

...o cómo vivir una semana de cumpleaños
(advertencia: este post promete aburrir)



Los cumpleaños me gustaban cuando era chica. Amigos, regalos, ser el centro de atención, todo ese circo del protagonismo que parte de mi personalidad ya dejada atrás hace tiempo disfrutaba alegremente. Creo que fue después de los quince o dieciséis que el cumplir años se convirtió en una certeza inexorable del paso del tiempo, algo obvio pero que no dejaba de amargarme.
Cumplir veinte fue duro, fue bastante cuestionador, estuvo lleno de pequeñas crisis y gasté muchas palabras en torno a mis frustraciones por esa época.
Nunca sentí que mi edad coincidiera con lo que sentía, con lo que vivía, con mis relaciones, mis amigos o mis cursos académicos; porque desde el vamos, no coincidió nunca.
Suelo sentirme encerrada en una polaridad exquisita, tanto una anciana atrapada en el cuerpo de una joven, como una niña a la que le crecen años cual si fuera pelo.
Los días de mi cumpleaños tengo la sensación de que debería ser un día muy especial y, sin embargo, nunca terminan de serlo. Ya porque mis expectativas son demasiado altas o porque realmente son días aburridos, sin mucho para hacer, sin nada que me conmueva o con episodios que me hacen plantearme cosas.
Sin embargo, este año, el cumpleaños empezaba temprano y distinto.

••
La tarde había comenzado fría, faltaban dos días para migrar a la otra cifra y yo estaba a punto de disfrutar uno de mis regalos. Después de oscurecer, el frío se disipó un poco. En clase el ejercicio manual me hizo entrar aún más en calor y después vino una larga caminata, ida y vuelta, con mi pollera gris agitándose tras mis zancadas, más trabajo en clase, cuidar la ropa, contener la emoción y finalmente partir para ver al Tipo que canta.
Esta clasificación le queda extraña a este nuevo protagonista de una sección ya vieja y conocida por estos lados. Si bien canta, no lo hace todo el tiempo y no es por lo que más se destaca. Curioso es que el protagonista de la mayoría de mis "Tipos que cantan" fue el aperitivo para este show lleno de energía.
La solitaria emoción de estar frente a eso tan deseado por largo tiempo es lo que más recuerdo. Con los días se fueron apagando ciertos recuerdos nítidos, cual fotos mentales que en su momento deseé retener para luego llevar a palabras.
Lo más sorprendente, lo más destacable, lo que quedó en mi más íntimos sentidos fue la energía que recorría y conectaba a cada una de las personas de una manera que no logro explicar. Pararnos, aplaudir, hacer palmas y bailar de cualquier manera. Hombres y mujeres de distintas edades moviéndose como en un trance ante una música capaz de conmover sin importar las diferencias entre los espectadores, a todos de alguna manera, a todos tocándolos con algo de magia invisible que tiene esa música versátil.
Sola, yo sola con mi ropa holgada, mi pollera amplia, mis ganas casi invencibles de poner todo en palabras de golpe, de grabar mis pensamientos, de tomar instantáneas de esas cosas inexplicables que se me pasaban por la cabeza y cualquier lado sensible de mi humanidad toda.
Yo palabra, verbo, canción remota que imita un sonar de mandolin, de melódica o la energía de un bajista sin nombre que desata un histrionismo completamente atípico. Yo en todo eso, anónima entre la multitud que aplaude y sin embargo tan hermosamente única, sin que nadie lo note.
La felicidad agotada en una hora y media de energía amarilla y violeta, de movimientos involuntarios y el frío rosado en la cara que me acompaña por dieciocho y hacia arriba, chistándole a conocidos en las esquinas.

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El día llegó y yo exhausta desde un comienzo. El día estaba casi planificado, la agenda llena de cosas para hacer. La preparación del viaje, los preparativos para cumplir con mis clases, para asistir y ser la buena alumna que estoy pretendiendo ser de manera distendida pero responsable.
Y desde un inicio también las llamadas, los mensajes y las dedicatorias tan variopintas. La gente que piensa en mí y me lo demuestra de maneras simples. Sensible y conmovida, dediqué mi cumpleaños a prestar atención a los detalles, a recibir un perejil con una nota firmada por mis compañeros con una sonrisa inevitable, los preparativos para la cena en familia, los videos con la música que otros saben que me gusta, las palabras de personas que apenas me conocen pero con las que siento que me unen lazos hermosos. Risa, mucha trisa y  una felicidad completamente atípica que trastorna los pasados cumpleaños.

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Más amigos. Gusto a chocolate y a lluvia, a desencuentros en bares y a comida casera. Festejos y regalos secretos. Toda una nube que me despide por una semana de esta casa y este rincón en el mundo, mientras me abren los ojos y los brazos amistades que disfruto con cuentagotas.
En el medio de la semana, tengo uno o dos pensamientos que me alteran, una o dos cosas que me hacen flaquear. La pregunta de por qué nos hacemos tanto daño cuando nos queremos tanto, el miedo a recorrer ciertos sitios, la nostalgia de presentir la despedida aún antes de toda llegada.
Y también entre todo esto, la espera de una nueva vida que nos tiene en ascuas...

martes, 25 de mayo de 2010

"- Decime una cosa, una sola cosa que sea verdad.
- Yo a vos, y todo lo mío con vos, lo uso sólo para escribir."


Diálogos con un hombre de metal


«M,
¿Ni un té de valeriana de ayuda a dormir? Apenas empiezo mi jornada, bostezo, pienso en que ya es hora de afeitarme, en que olvidé por completo un montón de trámites que tenía que hacer ayer y se van acumulando como pendientes en mis listas (sí, ya sé, a vos te encantan las listas, yo las evito), pero las dejo reposar un rato más. Ahora vengo aquí, cuando tu noche es noche cerrada, madrugada pero aún oscuridad.
No hay como sostener alegrías ajenas, disfrutarlas como propias, encandilarse de fiestas que otros preparan para sí mismos. Tu sensibilidad va a impedir que dejes de hacerlo, M, por más herida que salgas, sé que siempre vas a estar ahí cuando las personas solas necesiten compartir una alegría o una pena con vos.
¿Qué hay de los que pasan un rato y se van?  me preguntás con una voz que adivino entrecortada por algún dolor nuevo, aunque sospecho es reciclado desde que tenés memoria.
Pues bueno, no deberían preocuparte. Hay quienes tienen una naturaleza de paraguas, están ahí para protegernos de un chaparrón y nada más. Incluso algunos son una simple parada de ómnibus, un techo austero que nos resguarda unos minutos y a veces nos mojamos igual con la lluvia. Pero vos, querida M, vos tenés naturaleza de hogar, un lugar donde quedarse, puertas que se abren y encienden las estufas y el fuego permanece y toda distancia se acorta.
Pero también hay gente nómade, que no quiere una casa, que no necesita una casa. Gente que va de hopedaje en hospedaje para guarecerse de temporales concretos. Luego se marchan.
Diste todo, pero todo lo que das regresa, dice esa canción que tanto te gusta. Todos esos hombres y mujeres que se quedaron por un tiempo en tu naturaleza de casa (casa con fuertes cimientos aunque la apariencia indique lo contrario) supieron encontrar lo justo y necesario durante un tiempo. Está bien, se olvidaron que la casa necesita mantenimiento y que no basta volver una vez por mes para sacudir las cortinas o barrer el patio, pero en esa casa se llenaron de risas y de grillos alegres, de veranos festejados gritando goles aunque odies el fútbol, leyendo libros, haciendo chistes interminables, adivinándose mutuamente los pensamientos, llamándose durante recitales, soportándose en los silencios. Hombres y mujeres se entibiaron con tu costumbre de talones, con tu capacidad increíble para dar el regalo justo en el momento correcto.
Se fueron y se olvidaron que tienen un lugar al que volver. O en verdad no, justamente, saben muy bien que siempre pueden volver, pero lo harán a su conveniencia. Y no podés evitar eso, M, por más doloroso que sea.
M, eme, eme... recorro las astas de esa letra ancha y zigzagueante con la mirada. Sos una casa con estufa a leña y una buhardilla donde guardás tus mejores libros. Y tenés una manta para cada ocasión, té de menta para convidar a las visitas. Una casa de aspecto frágil pero llena de habitaciones y puertas y ventanas.
Una casa luminosa con vista a todos los mares y a todos los bosques, a cada paisaje que uno elija.
Haceme caso, probá con valeriana y después me contás.»

Miranda no tiene sueño y escribe cartas

lunes, 17 de mayo de 2010

Metacuerpo

"puedo hacer canoas de papel
y llevarte a los lagos del sur
(no es tan lejos)
y mientras espero ya sabés,
preparé tostadas otra vez
(ya son miles)
nos leímos cuentos al dormir,
fuimos inmortales,
fuimos, si"


Canoas de papel - Valentin y los volcanes






Me sorprende una canción mientras cabeceo en un ómnibus de regreso. Sonrío porque alberga mi pseudo-sueño, capricho desde hace un par de años, y pienso en las tres o cuatro personas que prometieron llevarme. Todos con motivos, excusas o intereses diferentes, yo con un sólo objetivo en mente, importándome parcialmente el tipo de compañía, pero disfrutando de todas maneras de esas promesas que nunca se concretaron.
Ya son miles, sí. Pero poco huelen a tostadas los días que mato en pos de cualquier asunto trascendente.
Dejo de cabecear y continúo prestando atención a cada palabra articulada por esa voz quebradiza (se me ocurre que tengo debilidad por las voces quebradizas). 

Pienso en mi cuerpo. Extiendo mi cuerpo desnudo en mi mente, los brazos finos, las piernas cortas, mi espalda engendrando un mar pequeño de posibilidades. Noto las venas aparecer bajo la piel sumamente blanca, esparcirse subterráneas y atentas, dictándole caminos a seguir a cualquier mano. Pienso en mi cuerpo como pienso en el frío. Pienso en mi cuerpo como pienso en un miércoles. Pienso en mi cuerpo como pienso en las promesas no cumplidas, como pienso en este viaje de vuelta que me devuelve a la cotidianidad infecta de mi cuarto.
Pienso en mi cuerpo, en haber sido inmortal durante cuatro minutos mientras cambiaba de pieles, una tras otra sobre el escenario improvisado, en un vértigo público y tambaleante. Mi cuerpo en la cuerda floja de la aprobación. Mis brazos que me desenvuelven y se extienden hacia los costados y dicen que sí, que también soy esto poco que soy, con el coraje de nunca, la ingravidez de jamás, los poros hacia afuera soportando el frío.
Proyección de luz y secciones, como cortes de carne, a, b, c, d, g, h, k, s... mi cuerpo-metacuerpo, de espalda diminuta y omóplatos silenciosos seccionado bajo la lupa. Y es algo más bajo la lupa, bajo la mirada de otros. Mi cuerpo artefacto.

La canción termina y vuelvo a sonreír. Mentalmente me reconozco cada parte del cuerpo y pienso en el sur.
Y los días se miden en si les encontramos formas a las nubes o no, vos y yo.

jueves, 13 de mayo de 2010

Noches sin sueño en otra voz

"Tenés una dualidad perfecta entre mujer y niña, entre dramática y objetiva; estás mal, pero te doy ternura. Eso a la gente normal no le pasa, sos única."


Diálogos con un hombre de metal.



«M:
Quizás el hombre de metal tenga razón, aunque eso que me contás en tu e-mail tan gracioso (por la gracia que le ponés a todo lo que hacés, aunque además tiene cierto toque de humor) te parezca algo tonto y en vano. Lo que hiciste da cuentas de esa perfecta mezcla entre mujer y niña, recorrer la ciudad cual francesita enamorada pegando carteles a  un desconocido. Ojalá alguien lo hiciera para mí.
Hay cosas que no están bien, M: la imbecilidad de la gente, la xenofobia que nos vuelve más pobres cada día, la crisis mundial, mi vecina que quema las hojas secas a las tres de la tarde, el supermercado que pasa una música horrible a todo volumen y no te deja escuchar ni tus propios pensamientos.
Pero vos estás del lado del bien, del lado de las algas cuando acarician los peces, del lado de las llamas tibias, llamas que no queman, sólo dan calor. Todos somos tan poco sabios y nos creemos tanto. Apuesto a que cualquier desconocido se escandalizó tiernamente en el contorno de tu boca, se detuvo en tu vampiresco sueño de desangrar la luna.
Es así, querida M., que te quedás en la posteridad. Porque millones de desconocidos se enamoran de cualquiera de tus gestos y vos no lo sabés. Yo estoy seguro que alguien se imaginó un diálogo entero contigo cuando te vio leyendo a Barthes en el 79, sacudida por los aceleres y frenadas en Justicia. Estoy seguro que te acomodaste los lentes y el pelo que te oscurece la espalda, mientras cruzabas el callejón de la Universidad y aquel otro sonrió porque le recordaste a alguien más. Te están escribiendo, M, te están volviendo inmortal.
Y mientras sigas cronometrando encuentros en calles y bares, dejando pistas fugaces, melodías precisas para momentos perfectos y midiendo con exactitud las palabras que conducirán al siguiente eslabón de la cadena, alguien más estará armando ese puzzle para sí mismo, pondrá esa noche algo fría en su cuaderno de notas que, de casualidad, se parecerá al tuyo.
Esto es todo. Más palabras para curar tu insomnio, querida M.»


Miranda no tiene sueño y escribe cartas

domingo, 9 de mayo de 2010

Testigo

Voló voló mi destino
duró mi vida un instante
el cruce de los caminos
y tu dulzura distante.

Dulzura distante - Fernando Cabrera


- Me caso
- ¿Eh?
- ¡Sí! ¡Que me caso! ¡Y quiero que estés ahí!

Y a mí que me carcomen las ganas de ver a esos ojitos celestes decirle que sí al hombre que conocimos el mismo día que nos vimos nosotras por primera vez. ¿Va a llevar un vestido de boda verde? me preguntó alguien más, con una euforia susanística. Yo confío en que sí. Nos reímos, de puro nervio, nomás.

Ella ahí, con su felicidad contagiándolo todo, iluminando esa ciudad prestada con su danza de algas. Yo de este lado, haciendo planes, valijas, contando los días y las horas, imaginándome el sonido del puerto al recibir mi cuerpo.

Trazo una línea mental desde un octubre de 2008 a junio de 2010. Amarro los extremos de ese hilo invisible a mi euforia contenida, a aquellas dos noches de bar, separadas por un año de diferencia, en que lo vi a él con una mirada especial.

Ella es feliz. Va a serlo mucho más. Me percato de la íntima importancia de mi presencia en esa historia que vi nacer un jueves cualquiera, gracias a un error de cálculos, a ser tres mujeres extranjeras perdidas en una ciudad, a nuestras ganas de bar, a nuestro alboroto foráneo. Una cámara de fotos y al cabo tres hombres que nos invitaban cervezas. Una historia. Una amistad llena de fronteras.

Hay un río con unas ganas terribles de ser mar, una ciudad que me espera, un montón de abrazos que quieren enredarse en mi cuerpo pequeño, desafiar mi fragilidad, abrigarme por un fin de semana. Amigos que compiten por pasar ratos a la sombra de mis lentes, por probar nuevamente mis mates tan distintos y ricos, por grabar de nuevo en sus retinas las formas locas de mi pelo corto, por si las dudas, hasta una nueva visita.

Y hay fantasmas oscuros esperándome en las dársenas, por Colectora, en la General Paz, en San Telmo, en la esquina de Solís y Belgrano, en calles cuyo nombre no conozco.

Ella ahí, con la sonrisa de la primera vez y de siempre, con sus abrazos llenos de alma. Yo de este lado, con mi niñez a cuestas, con mis miserias en andas, con la felicidad ajena como un bálsamo para los días futuros. Esperame, esperame que antes de irte por quién sabe cuánto tiempo de territorio austral voy a ir y llenarte de abrazos, de risas sofocadas, de chistes que nos hacen bien, del calor que te envía toda mi familia, de noches de resaca que recordamos entre bromas.

Y vos, dolor en las esquinas, pasta de espectros y rencores viejos, esperame también, porque voy a ignorarte, voy a seducir a tus amigos y me voy a quedar bailando sola en la fiesta. Bailando, bailando con mi pollera inmensa... bailando.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Like a riot, oh!


Escribe y borra. Escribe. No lo va a enviar. Pero lo envía, convenciéndose de que apretó mal la tecla, que fue por error, que nada. Se consuela porque sabe que es un mensaje al vacío, quiere borrarlo definitivamente, pero no puede.
Todavía no vi la película de Mozart que me regalaste. La otra sí, la vimos con Babilonia una noche de marzo, mientras tomábamos té acurrucadas en un sillón. Una parte de mí dice que no la vi porque está guardada en un cajón y cada vez que quiero ver películas me da menos pereza ver las que tengo en la computadora o en Internet. Otra parte de mí sabe que no la veo porque es larga, dolorosa, llena de una música hermosa que me trae recuerdos que prefiero no destapar. Amadeus se ríe cuando se acuerda de mí caminando sola por esas calles oscuras del Barrio Sur, sintiendo un poco de frío y mucha pero mucha sed, antes del ómnibus, antes de la llamada telefónica, antes de todo. Se ríe de mi cara al descubrir la película en mi bolso, tiempo después. Yo creo que sí, se ríe desde el cajón repleto de cosas. A mí en verdad no me importa demasiado todo esto, mientras siga ahí. En verdad no la veo porque no tengo ganas. Porque sí. O porque no, más bien.


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- Todos tenían madres doctoras
- Eso es una señal
- ¿Señal de qué?
- De que no eran ellos los que iban a salvarte.

•••
"Me desperté de madrugada con la sensación de estar en otro lugar. ¿Nunca te pasó que creías que estabas en otro lugar y te levantás, por ejemplo, por el lado de la cama que nunca lo hacés? Me levanté y fui al baño. Me miré al espejo y descubrí que era yo. No me sentía cansado, creía haber dormido muchas horas pero apenas hacía un par que me había ido a dormir luego de una noche de reunión y cena con amigos. Al final nunca te los presenté, nunca terminamos de intercambiar nada. De hecho, absolutamente nada. Rato después descubrí que tenía migraña y me acordé de vos."


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- ¿Por qué no te vas a dormir de una vez?
- Tengo que mirar unos videos
- ¿Para qué?
- No sé. Para nada en especial. Para entender, quizás...


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sábado, 1 de mayo de 2010

De cuando se podía curar el frío recordando el sol

tuvimos fiestas
cantos rodados
y el armazón de una noche estrellada
dibujada por las gotas en el vidrio
mientras decíamos que quererse era eso
un papelón que ocultamos enmudeciendo
y unas pocas horas de sueño robadas a la mañana.

mientras nos adheríamos a esa ciudad prestada
nos crecía el musgo en los labios
un sonar de espectros
queriendo arrancarnos el calor de enero.

tuvimos lemas intranquilos
flojeras y sahumerios
con olor a viento.
tanto mar herido
disfrazándose de calma
y tanta nostalgia pegada en las ampollas
que dejó la cruz del sur en otro puerto.

un abril frío y soleado de 2010