domingo, 29 de enero de 2012

Ocasos

Adivino la súplica en los ojos de una mujer: "Salvame de este cuerpo, no quiero habitar más en él."
Retrocedo hasta las lágrimas, desando la memoria un año hacia atrás, recuerdo a esa otra mujer con ansias de liberarse de su cuerpo malsano, su redención del pasado abril, mi ausencia en su último cumpleaños.
El conejo blanco corre frente a mí con sus ojos desorbitados. Estamos llegando tarde.

jueves, 12 de enero de 2012

La Feliz

Le debemos algo al cielo nublado, tras los días que partimos como hormigas en busca de alimento para llevarnos a casa.
Apenas resguardados del frío, nos arrodillamos en una plegaria íntima para sanar los huecos que dejó la sal, un mar de hebras de somníferos, las lecturas voraces de los últimos días.
Las horas pasan con una parsimonia insoportable, sin cambiarnos el corazón ni las neuronas, sin renovarnos con un aire límpido o el olor marino que trajo la lluvia.
Me recuesto hondamente entre una naturaleza imaginada, salvándome con palabras de consuelo del encierro permanente y el ruido acosador del tráfico. El humo se pasea por la cornisa mientras cientos de pares de ojos se olvidan de mirar hacia arriba más que para escudriñar de reojo las marquesinas, en un afán implacable por disfrutar del ocio.
Mi ocio es pegajoso y duele. Atisbo un sol que se desarma ante las embestidas del viento y nos deja rápidamente un camino abierto hacia la noche.
Después no importan las luces artificiales, el ruido, las manadas noctámbulas contaminándolo todo.
Estiramos los brazos en la oscuridad con la espranza de tocarnos y cerramos los ojos al unísono. Sin ver nada, adivino dos sonrisas.

sábado, 7 de enero de 2012

Te caigo en suerte, me caes en suerte

Nos bajamos del cielo desmontándolo sin ganas, presas de un susto ficticio, como si se acabara la vuelta de la montaña rusa.
La tarde consiste en administrar cuidadosamente las sonrisas para que lleguen a la noche, para que nunca falte esa tibieza íntima de las amistades.
Pienso en otros eneros. Ellas fuman codeándose cada tanto en un sopor exquisito de nocturnidad, como si no se hubiesen bajado nunca del cielo.
Se escapa, quizás, el murmullo de un poeta que también supo de nubes.

A una y otra mano...

A una y otra mano, allí
donde me crecían las estrellas, lejos
de todos los cielos, cerca
de todos los cielos:
¡Cómo
se vela allí! ¡Cómo
se nos abre el mundo a través
de nosotros!

Tú estás
donde tu ojo está, estás
arriba, estás
abajo, yo
encuentro salida.

Oh ese centro errante, vacío,
hospitalario. Separados,
te caigo en suerte, me
caes en suerte, uno del otro
caído, vemos
a través:

Lo
Mismo
nos ha
perdido, lo
Mismo
nos ha
olvidado, lo
Mismo
nos ha -

Paul Celan
De "La rosa de nadie" 1963
Versión de José Luis Reina Palazón
Obras completas - Editorial Trota 1999

martes, 3 de enero de 2012

El agua de los aires acondicionados me hace llorar a gritos,

me agobia su intermitencia, su presencia sobre el suelo calcinante de cada vereda.
Las gotas esporádicas en mi cuerpo despojado, rastros del placer consumado por otros, residuo del fresco anhelado en esas caminatas insomnes por las calles de cualquier ciudad.
Desposeída de magia, transcurro, me deslizo, dejo la mente en blanco secarse de angustias, de la distancia que me separa de otros veranos, de los aniversarios nefastos que se celebran con el comienzo de año.
Cada charco es un funeral vacío. Sin embargo, no logro evitar chocar mi cabeza con las gotas que se suicidan cada pocos minutos. Quizás la añoranza de la lluvia sin el desparpajo del olor a óxido, quizás un motivo de queja insuficiente, vano, para contrarrestar mi feliz pasaje por otros mundos.