viernes, 23 de septiembre de 2011

Falencias

Y un cielo limpio no basta. Ni las estrellas trazándonos mapas de ensueño. No basta tener la facultad (ahora inalcanzable, casi sublime) de escribir poemas para jactarse de tener voz.
No basta tener un pañuelo blanco con que saludar al ver partir el tren.
No bastan los amortiguadores, la cuenta regresiva que cada tanto imponen las resacas.
A veces la ventanilla del ómnibus tiene pegada la postal de ese lugar al que siempre prometiste que irías, esos viajes nunca hechos sobre los que alguna vez escribimos.
Y no basta el recuerdo de esos días de promesas al viento.
En este tiempo de primavera recién estrenada, de la ola de frío que se avecina pese a que las pelusas de los árboles comienzan con la amenaza de cada año, en este tiempo de hormonas viajeras, no basta con hacerse a la idea de futuros comienzos.
Hay un no sé qué de encanto perdido en la ciudad que me compartió siempre con otros destinos. Están las fotos que se caen de revistas cuando uno menos quiere encontrarse con ellas, están los mensajes encriptados de la culpa, las cartas sin remitente de esos ayeres que se acobardan cada tanto en la memoria.
Una golondrina no hace verano. Y un día de sol no hace la primavera, tampoco.
No basta el cuento antes de dormir para garantizar un sueño apacible.
Pero tampoco se encuentra por ahí en una volqueta lo que falta, como encontramos cada tanto pedacitos de otros para recrear nuestro propio universo de colores.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Ascender

Subió al ascensor y miró hacia el techo. En la pared del fondo, el espejo le devolvía una sonrisa más grande que su cara.
Lo habia besado con el alma, como hacía tiempo no besaba a nadie. Y fue en el alma donde recibió también ese beso que se le devolvía frágil y a la vez seguro sobre los labios.
Tuvo una certeza extraña, a siempre y a nunca al mismo tiempo. Contó días sin saber por qué, esperó  un temblor de cielo mientras el ascensor seguía su camino.
Llegó y la habitación estaba lista para la breve muerte nocturna. Amanecería con un almuerzo compartido y ese rincón del alma extrañando el beso de despedida, que inauguraba un solsticio de veranos interminables en el corazón.

(y hoy me levanté con tantas ganas de escuchar a Lisa)

lunes, 12 de septiembre de 2011

Bienvenida-despedida



Los tambores suenan como el latido de un corazón. El corazón de Montevideo que me recibe de nuevo en su regazo de hermafrodita en pena. A otros los despide y les desea buen viaje, y es por eso que estamos caminando-bailando en esta calle con tanta historia de música, al compás de los tambores que no pueden significar otra cosa que el sonido de estar en casa.
Andrew baila y me invita a seguirlo. Casi sin darme cuenta estoy sobre los hombros de Andrew abarcando con mis ojos de noche prestada ese mar de gente que nos rodea. Más adelante la comparsa ensayando, a todos los costados la gente que disfruta los primeros signos primaverales en una noche de corazón latiendo y barrio en erupción.
Marcos sonríe y saca fotos. Sonrío también admirando su valentía de última noche en esta ciudad de tambores y lunfardo entrañable, que ha sabido mezclar, como cóctel marca registrada, con su idioma.
Allá arriba, sobre los hombros de un Andrew alegre y bailarín, la nostalgia se hace inservible y nomás puedo acompasar mis movimientos con ese cuerpo que me sacude sobre las cabezas de otros.
Me siento de regreso al sur y bienvenida, asistiendo a deshora a una despedida encaprichada con el regreso. Luego, abajo, las promesas, los deseos de banderas entremezclados con el abrazo último.
El barrio que sigue latiendo con su corazón de lonja. La calle que me pierde entre humo y el sabor amargo de una cerveza.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Llantos sin instrucciones

Se llora con las manos en la espalda, a veces. Silenciándonos esta forma maniática de hablar acompasando la voz con movimientos manuales.
Se lloran lágrimas de todo y de nada, esa impotencia veloz pero cobarde que nos inunda cada vez que el día regala una pausa.
Un libro que no leímos nunca, una persona que dijo lo que quisimos decir alguna vez y nunca nos salió, el hombre de tu vida que llega diez años después de que dejó de ser el hombre de tu vida, los amigos que dejaron de ser amigos y tienen nuevos amigos, el beso de dos enamorados en una plaza y la forma que él tiene de tomarle la cara, tan parecida a esa otra forma de...
Y todo es un llanto con las manos en la espalda. Las manos atadas con el hilo invisible del silencio, de no poder decir que hoy cada cosa te hace llorar como bebé.
El llanto de los sinsentidos, de esos paraísos perdidos que son paraísos sólo frente a tus ojos.
El día acaba y también tiene su motivo de llanto.
La almohada entrecierra los ojos y en vez de lágrimas canta una canción de cuna para que duermas desconosoladamente en paz esta noche.
Se llora con una sonrisa hacia adentro, a veces. Y entonces ya Julio no nos hace falta porque es un llanto carente de instrucciones.
Incluso, a veces, uno no se da cuenta que existe.


(gracias, Adele)


viernes, 9 de septiembre de 2011

Lucecita


éramos dos figuras en la noche
envasados en el auto sin luces
a un costado,
fantasmas,
irremediablemente perdidos.
una luz distante nos dio esperanzas
minúsculas, como su tamaño en la lejanía.
también nos llevó a la discusión
de si se alejaba
o se estaba acercando.
así nos dormimos
en un vaivén de esperanza y desasosiego.
por la mañana, supimos,
sin siquiera hablarnos
que ambos estábamos pensando
en el tercer canto de la Divina Comedia
aunque sin avispas o bichos
que nos picaran.

Setiembre 2010