viernes, 28 de septiembre de 2007

necesidad de identidad para los uruguayos

Hace pocos días se dio la noticia de un documento encontrado por un historiador uruguayo que podría cambiar la historia.
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En 1820, Artigas daba sus últimas batallas antes de exiliarse en Paraguay, donde falleció hace hoy 157 años. El general Fructuoso Rivera se había incorporado a las fuerzas de los portugueses y escribió al gobernador de Entre Ríos ofreciéndose para ir a "ultimar al tirano". La carta fue descalificada en sendos trabajos históricos de 1937 y 1944. Nunca fue incorporada al Archivo Artigas de la Biblioteca Nacional. Intereses políticos y conveniencias históricas llevaron a que el episodio no se incluyera en la historia oficial." (La República, 23 de septiembre, 2007 - AÑO 8 - Nº2677)

Autoridades estatales, de la educación y figuras políticas actuales plantean que a partir de este hallazgo (antes citado en varios trabajos históricos pero descalificado) podría plantearse un revisionismo histórico, especialmente por el tratamiento que se daría la figura de Rivera, el primer mandatario constitucional de nuestro país.

Por supuesto que las ofensas, los desengaños, vinieron a causa de las palabras de este personaje, pero en ningún momento se ha cuestionado si lo que dice acerca de nuestro prócer es verdad o no. Eso ya no importa, el uruguayo se siente golpeado ante la noticia de las barbaridades del primer presidente en su historia como nación, pero no cuestiona los actos de su prócer. Eso nunca.

Ya se sabían de algunas otras atrocidades menores de Rivera, de su característico "ir para donde sopla el viento", pero sin duda esto es inadmisible. Acaso se admiten nuevas corrupciones, verdades latentes sobre personajes políticos actuales, pero se reciben con dolor, con el dolor de una traición, la de aquellos que, lejanos en el tiempo, representan no sé qué cosa de heroico (no sé qué tendrá de heroico ser el primer presidente o acomodarse en distintos bandos según los intereses de turno)

La figura de nuestro prócer se mantiene intachable. Tanto es así que se atribuyen la afinidad a sus ideales los partidos tradicionales uruguayos (no lo comprendo, unas ideas federales con las constituidas dentro de la república), siendo, incluso, que estos nacieron como tales mucho después de que el prócer se retirara al Paraguay.

Otra cuestión es el hecho de este bendito estado tapón, con límites a la fuerza, que se identifica en su origen mucho más con las provincias de Corrientes y Entre Ríos (hoy territorio argentino) que entre el norte y sur de lo que terminó siendo nuestro paisito por aquel entonces. Artigas debería, en todo caso, ser también el prócer de Tucumán, Corrientes, Entre Ríos y otras provincias hoy vecinas que conformaron, en su tiempo, la Liga Federal.

Pero el tema que me ocupa hoy (disculpando la tan extensa introducción) es esa necesidad de identidad que tiene el uruguayo y que no es capaz de conseguirse a sí misma. Siempre estamos comparándonos con otros, acaso buscando ser mejores en algo insignificante. Necesitamos ser representados por cosas: el termo y el mate bajo el brazo, las tortas fritas, el asado y Artigas; un manojo de íconos que, de alguna forma, demuestran que somos uruguayos.
Esta necesidad de identidad (no esta búsqueda de una identidad auténtica) es lo que demuestra nuestra debilidad como nación, nuestra falta de integración y de una verdadera identidad, que no necesite una lista recetaria de elementos para que se nos identifique con algo. Muestra de esto es también ese revanchismo constante frente al argentino, que llega a la disputa feroz por elementos o personajes tradicionales.

El hecho de ensalzar a nuestro prócer (y no intento hacer una desacreditación del mismo) también refleja esa necesidad absurda de aferrarnos a algo para que nos reconozcan. En vez del revisonismo constante o el aceptar ciertos hechos pero cuestionando su inmutabilidad, preferimos armarnos un mundillo artificial donde buscamos ser nosotros mismos. ¿Lo conseguimos?

Creo que es posible que cada nación necesite de una identidad, porque todos necesitamos sentirnos parte de algo. Pero considerando nuestra realidad histórica, vivimos marcados por ese estado impuesto por una convención (e incluso, para colmo de barbaridades, no festejamos nuestra independencia, como lo que es el estado actual, en el día en que verdaderamente lo fue, 4 de Octubre de 1828) y llevamos como una carga, que transmitimos de generación en generación, los íconos sin los cuales, definitivamente, no somos uruguayos. ¿Por qué?

Ahora, esto del revisonismo histórico... ¿qué identidad vamos a tener si damos piedra libre a quienes escriben la historia oficial? ¿acaso somos lo que se deja cuenta en los libros? ¡Dios me libre! Espero triunfar en la Literatura y aparecer en otros libros.

Para leer sobre este hecho:
http://www.larepublica.com.uy/lr3/larepublica/2007/09/23/politica/276139/rivera-quiso-matar-a-artigas-a-quien-tildo-de-monstruo-despota-anarquista-y-tirano/
http://www.larepublica.com.uy/lr3/larepublica/2007/09/25/comunidad/276399/se-debe-hacer-un-revisionismo-historico-sobre-la-figura-de-fructuoso-rivera/
http://www.espectador.com/nota.php?idNota=105082

sábado, 15 de septiembre de 2007

Poemas eslavos y celebración de la lectura.


Me pasa que al terminar de leer un libro, es decir, al llegar hasta el fin mismo de su final, al acabar de leer hasta su más íntima parte, necesito unos minutos para pensar. No debe ser cosa extraña, a muchos les sucederá lo mismo, pero en mí es casi que una ceremonia de la lectura. Con algunos libros me sucede más que con otros, así no sean de esos con historias super complejas o así, como en este caso, no me hayan atrapado increíblemente.
Hoy terminé de leer "Tipografía, poemas y polacos", de Maca (Gustavo Wojciechowski). Resulta que este señor es profesor en mi universidad y aunque no he tenido trato con él, sino que lo conozco simplemente de vista, me ha parecido siempre un personaje curioso. Hace tiempo que vengo postergando la lectura de este libro, pero al fin la semana pasada lo saqué de la biblioteca y ¡manos a la obra!
Lo primero que me llamaba la atención de la propuesta era esa idea de mezclar poesía, plástica y tipografía. ¡Caramba! grata coincidencia de interés con quien escribe. Pero ahondando en el material, se me han generado muchos sentimientos (o percepciones?) bastante ambiguas. Debo reconocer que el libro en ciertas partes me ha aburrido un poco. Visualmente me parece fantástico (les dejo algunas imágenes al final) y me pregunto si ese habrá sido el principal motivo o pretensión del autor... Si es así, pues, lo ha cumplido.
Sin embargo, esta poesía con la que recorre de manera caótica la historia de la tipografía, su propia historia, sus placeres y displaceres, me parece cargada de situaciones de las que un lector de mi talla no llega a ser cómplice. Me refiero a que sentí que iba dirigido a otros ojos, a quienes pudieran haber compartido cosas con el autor y así poder entender ciertas frases, ciertas alusiones a momentos que la mayoría desconoce. Me pareció una obra muy personal, familiar, no sé cómo llamarle, una especie de cuaderno de anotaciones.
Y me cuestiono también acerca de esa forma experimental de poesía, me cuestiono si debo jactarme de tener la mente abierta propia de una persona joven como soy. Aunque después pienso que, mente abierta o no, uno puede decidir si algo le gusta o no le gusta, más allá de que acepte nuevas formas de poesía ¿cierto?
Sí, yo creo que así es.
Pero en esa celebración de la lectura, en ese instante privado y único en el que lo leído se descifra de manera distinta, en ese momento en el que tomo ciertas decisiones, en el que creo castillitos de arena que me van haciendo espacio para esas ideas en las que me sustento como artista o modesta "pensadora", puedo evaluar este libro como una grata experiencia.
Como ya había dicho, es visualmente fantástico, disfrutable. Confieso que me saltée un par de poemas y solo miré esas páginas cargadas de guiños de ojos a gente para mí desconocida y pude contemplar cierta belleza estética (relativa a su discurso, claro está).
Me encontré como una extraña vagando por callejones confusos, en una patria que no es la mía, con personajes a los que ahora, quizás, mire distinto.

Esto ya se ha hecho largo. Creo que es el primer post tan largo y no quiero aburrir. En fin, hace días que vengo con esto de la celebración de la lectura y me quedan unos cuantos libros por celebrar. Una cosa más: ¿Hay algo tan lindo como que alguien nos regale un libro que quiere mucho? Un libro que ha sido leído y releído y luego regalado pensando en esa persona (en mí, en este caso). Me han reglado la recopilación poética de Antonio Machado "Soledades. Galerías. Otros poemas", con páginas que huelen a tabaco y notas en lápiz junto a algunos poemas. Y creo que esta celebración será diaria.


Más imágenes...




















domingo, 9 de septiembre de 2007

Preguntas existenciales

Siempre, desde muy chica, una de mis hermanas ha presentado sus dilemas existenciales en forma de preguntas curiosas y acertadas, cosa que usualmente implicaba que su respuesta no fuera una cosa fácil de encontrar, por más que el tema pareciera de lo más banal. Por otra parte, su curiosidad era (lo es, aún) bastante difícil de saciar, por lo que frente a cualquier respuesta se generaban nuevas preguntas iguales o peores en cuanto a complejidad.
En estos días he pensado en algunas "preguntas existenciales", que me hacen recordar esa hermosa inocencia de la cual nacen las más interesantes cuestiones y que me enternece. En esa aparente sencillez, en esas fórmulas casi infantiles, se ocultaba una complejidad increíble para el mundo adulto, cosa que en casi todos los casos les impedía responder con la misma sencillez y dejar contento a ese espíritu inquieto.
Y, como decía, en esta semana se me han ocurrido dos preguntas inocentes y similares (una hasta en temática) con las cuales crecí y hasta tuve que lidiar. Dignas, quizá, del título de algún libro, película o CD de música.
A continuación las escribo. Tal vez alguien quiera satisfacer mi curiosidad o proponer respuestas inverosímiles dignas de otra alma inocente y pura. Y el que se atreva (eso lo agradeceré infinitamente) que formule nuevos e interesantes dilemas existenciales, no del corte chistoso que abunda por internet, sino que surjan de su vida personal y que tengan la suficiente sencillez e inocencia para ser complejas (valga el oximoron)

"¿Dónde se esconden las moscas en el invierno?"

"¿En qué piensan las estatuas vivientes?"



Nota: no vale el Google.

martes, 4 de septiembre de 2007

Dos poemas a cambio del pasado!

Y en cada verso hallamos
un setiembre que comienza
una huida de pianos rojos
un soliloquio que escapa.
En cada efímero sábado una sustancia
parecida a la nostalgia
y un par de manos
en abandono de espaldas
diminutas.
En el bostezo de la noche
se asoma tu locura
paciente
y cansada de memoria
se deja ver
un espeso matorral
que te ciega
apuntándote a la frente.
Y en cada canción que tejen tus dedos
encontramos
el año anterior
y el siguiente.


Las páginas de un libro
que no tiene letras
sino augurios emparentados
con tu aliento;
el teorema que cierra
las posibilidades
y una esquina banal
de palabras
nos juntan por los ojos.
Y ese libro en que he hincado mis dientes
trescientas sesenta y cuatro noches
atrás
se abre en la misma página
para escuchar mi atardecer en esta niebla
que cuelga de mis hombros.
Abro las tardes cifradas
los martes
te obligan a ciertos halagos
que acepto con recelo.
Caerán más libros de ese abismo imposible
para golpear tu cabeza
desquiciada.




Han salido estas cosas producto de encuentros que se repiten a través del tiempo. Amiga, cuando me leas contené las lágrimas, aunque no creo que ya afloren tus ojos. Por lomenos hacé recuento de los martes de meriendas y huidas.

domingo, 2 de septiembre de 2007

de días festivos sin ánimos de celebrar y personajes que perturban

A un año de aquella revelación, a un año de ese día ilógico, extraño, excéntrico, quizás mágico... Y a un año casi de no verle la cara al Loco, a un personaje de esta historia que es la vida, relatada quién sabe por qué desquiciada presencia híbrida.
Los sentimientos de la víspera son ambiguos, no hubiera podido esperar otra cosa. Un rencor terrible conmigo misma por desesperar frente a un encuentro inminente, frente a la posibilidad de que se desestructure todo lo que daba por sentado. El miedo aterciopelado de encontrarme no con algo distinto, sino con lo mismo de siempre a pesar del tiempo, es lo que me ahoga.
Y siempre es martes y a las cuatro. Siempre, hoy de nuevo. Sin música pero con el mismo tono en las conversaciones, con las mismas sensaciones de cercanía, con los mismos halagos, con esa memoria inmejorablemente selectiva que hace que resucite mi cariño. Y que me odie por ello.
A un año del concierto que me heló los huesos, vuelven las charlas sobre la música de Yann Tiersen, el humor absurdo siguiendo los pasos olvidados de Dolina y alguna que otra pequeña cuestión filosófica. Todo como antes.
Vuelven los chistes con viejos amigos, vuelven hasta los mismos postres que saboreo entre deja vùs y sonrisas, vuelve la casa llena de recovecos, vuelve el amor-odio hacia la gente. Todo vuelve, como si dejásemos un libro por varios días y lo retomáramos en la misma página que fue dejado. Tal como si las últimas palabras intercambiadas hubieran sido ayer.
Y vuelve, como tantas veces, esa sensación de ser nada, de tener las almas inasibles de tanta gente que determinó un período crucial en nuestras vidas. Vuelve la misma caprichosa sensación de estar sometidas a ese personaje extraño y desgarbado, de aún tenerle cariño, de no poder evitarle a pesar de la ausencia, de la indiferencia.
Ayer sucedió algo extraño. Abrí el libro de mi vida, que dejé de leer hace un año atrás, en la misma página.