en otro carnaval
tendremos suerte si aprendemos
que no hay ningún rincón
que no hay ningún atracadero
que pueda disolver
en su escondite lo que fuimos
el tiempo está después.
"El tiempo está después", rezan los carteles de una calle que se le aparece en sueños. Amarillos por el polvo de la calle, muestran las letras negras, amarronadas, gritándole el código para abrir la puerta a una vigilia feliz. El tiempo está después, el tiempo al fin es persona, se puede dejar a un lado, al fin se seca como las hojas caducas que ensucian las veredas.
Ella corre por diversos tópicos oníricos sin decidirse, con miedo al tiempo. "El tiempo dirá", "el tiempo cura todo", también tópicos, frases que se cansa de oír en recetas del conocido de turno que pretende aconsejar. A veces no hay más que decir, pero no se conforma. El tiempo al fin está después, le dice alguien, lo lee, puede verlo casi tan claro como la grieta que ya se está cerrando, que no la espera. Debe decidir, quedarse a mirar y admirar los carteles, a reconocer los trazos, las marcas de polvo, la periodicidad de las señales... o ser valiente para sacar de la grafía esas palabras y procurar vivirlas. Llevar a la vigilia la certeza de que el tiempo está después.
Duerme, aún duerme sin siquiera sospecharlo. El despertador, una mano conocida, la luz de la ventana, algo la despierta. Sufre el contacto con el día, sufre el tiempo de vuelta. De pronto tiene la certeza de no poder olvidarse jamás de aquello que fue. Ni en sueños, ni con carteles, ni con vigilia, ni con tiempo...
Ni con tiempo.