domingo, 20 de julio de 2008

Retrato de un inmortal (parte I)

El Negro pasa el mate, amarguísimo, con espumita, delicioso, como siempre que se ocupa de la ronda. Tiene los dedos un poco ásperos por el trabajo pero la sonrisa firme y atenta al definir las vueltas, las cebadas pacientes que procuran conservar la compostura del brebaje.
El Negro solía ser algo tímido. Digo solía porque todos debemos saber de alguien que nos parecía tímido pero al conocerlo mejor nos damos cuenta de que solo era apariencia. Y las apariencias con él se han ido sorteando con los años.
Hace una pausa, apoya el mate en el termo y escucha atento a quien tiene la palabra en la ronda. Vuelve a su humilde rol de cebador.
El Negro es de esas personas amables y compañeras, que siempre están pensando en detalles que a otros pueden pasarles desapercibidos. Siempre se ofrece para dar una mano, siempre de voluntario para algo, siempre promete hasta lo que duda en poder cumplir, mientras sea para ayudar a otro.
Y se manda macanas, como todos, se desubica con sus expresiones de barrio, sus comentarios de calle, sus malas palabras. Queda pegado, no pierde ocasión de quedar pegado.
Y ahora, mientras me pasa otra vez el mate y le sonrío en vez de decir gracias (si se dice 'gracias' significa que ya no querés tomar más), lo veo con sus manos sacrificadas, su boca ancha y sus cejas extrañamente pobladas, lo veo casi a través del tiempo, comprendiendo con cada sorbo exquisitamente amargo del mate, cayendo en la cuenta de esa era de inmortalidad que hemos tenido hace unos años; todos nosotros.
Y aunque esa especie de escudo contra el mundo pasó de largo y nos dejó nada más que rutina, días y horarios apretados y poco tiempo para lo que verdaderamente importa, queda una estela del ser inmortales en el mate del Negro, en los ojos de cada persona en la ronda que espera su turno para hablar, que comparte codazos y risitas sofocadas y miradas que dicen más que cualquier palabra.
Quizás después de todo seamos algo inmortales todavía.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

En algún momnento de nuestra vida conocemos a alguien que nos deja huella, que nos marca, alguien que tiene una forma diferente de ver las cosas, de prestar atención a los detalles que nadie ve...y deja en cada uno una huella inmortal. :)

Anónimo dijo...

...Y puede que no muramos nunca

Anónimo dijo...

Como decía quijo más arriba, yo también creo que la inmortalidad está en los detalles, son como pequeños garfios que desmontan el tiempo, porque tan pronto estás allí con ellos como aquí solo. me encantó la descripción. Es curioso, me hizo pensar en un amigo al que hace mucho que no veo, pero él no ceba mate. besos.

Ale dijo...

Claro que lo somos. Porque la inmortalidad radica en los sueños que tengamos, en no dejarlos morir, y por consiguiente no dejar que se esfume nuestra propia existencia.

Es tener la certeza de que a pesar que un día no estemos más, alguien nos recordará y mantendrá nuestra existencia de pie. Porque la vida no es solo la que vivimos nosotros, sino también la que dejamos en los demás.

Y la inmortalidad radica ahí, en esas miradas, en esos mates, en esas risas. En ese instante de vida :)

Eclipse dijo...

y dice borges: "También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal"

yo mismo dijo...

y volver a algún lugar en el que nunca he estado pero que ya habré experimentado. a tomar manjares que nunca antes han rociado mi boca... volveré algún día en uno de esos viajes por sudamérica, en uno de esos que he visto en películas y me han contado en libros, esos que nos hacen algo más inmortales... esos que hacen que la vida sea vida y las canciones hablen de ella.