jueves, 15 de mayo de 2008

las tres manzanas.

Interrumpió su larga charla aquel saquito de huesos que se acercaba a ellos cruzando la plaza. Brotó entonces la paranoia citadina, quizás con más fuerza porque M, siempre lo dije, es un gaucho nacido equivocadamente en Montevideo y V directamente no es de acá. Volvieron sus cabezas, se hicieron los tontos, presintiendo el "mangazo" del desconocido. Pero este los sorprendió llamando a uno por su nombre: ¡"V"! De a poco se fueron reconociendo, más bien V fue reubicando en la cara de aquel mendigo la de un viejo conocido de sus pagos.
Se saludaron un poco más efusivamente, M miraba de lejos el panorama, callado, intentando ver en ese rostro sucio y demacrado alguien que creía también concoer de algún sitio.
La vida lo había cambiado. Supuestamente, según me llegó, unas decisiones de búsqueda personal, complementadas con viajes, privaciones y delirios. La historia me hizo acordar a los ascetas con los que pasa un tiempo Siddharta en el libro de Hesse.
Hacía tres días que no dormía pero sus ojos desorbitados revelaban una excitación más digna de litros de café que de falta de sueño. Tenía una energía que contradecía su aspecto, había vivido en la calle durante un buen tiempo, siempre persiguiendo alguno que otro sueño o buscando poner en práctica sus filosofías absurdas.
Habló con ellos un buen rato. Por momentos parecía estar bajo los efectos de alguna droga, por momentos sus frases eran totalmente lúcidas y develaban interesantes cuestionamientos y propuestas existenciales.
Al cabo de un rato, sacó de su breve equipaje tres manzanas.
- ¡Justito! Tengo tres manzanas, una para mí y una para cada uno de ustedes - comprobó con admiración y regocijo, los ojos brillándole como un niño frente a un regalo.
M y V se miraron incrédulos, constatando el milagro de la casualidad y el gesto que decía más que lo que estaban viendo y oyendo.
Al cabo de más tiempo (el tiempo en la plaza transcurre distinto que unos metros más allá, en la calle) llegó a su encuentro una muchacha.
El mendigo se había ido en su viaje de búsqueda sin avisarle a su novia y hacía mucho tiempo que no la veía. La muchacha, también compañera de pagos de V, vive con él en el hogar estudiantil. Las caras de todos, al verse y reconocerse, fueron dignas de retrato. Esa puñetera certeza de sabernos en un mundo tan pequeño, lleno de casualidades, siempre nos golpea en la cara.
El mendigo y la muchacha se besaron, se abrazaron, él lloró un poco. V y M se mantuvieron algo alejados, mirándolos, cada cual con las frases del otro revoloteando en sus cabezas inquietas.
La muchacha se recompuso del encuentro y los miró a todos, todavía incrédula.
Con un gesto brusco, como disculpándose por un olvido, abrió su mochila y sacó algo.
- Miren, traje una manzana.

2 comentarios:

Irina, dijo...

y así nomás aparecen, así, súbitamente, las manzanas de la no discordia. : )

Jorgelina Mandarina dijo...

Cuanta simpleza hay en tus escritos amiga, la casualidad no existe... Espero que no...


Lo vi a Ismael el Jueves... Hay amiga! no sabes lo que es... Estoy deseosa de volver a verlo el 26 de Junio...

Besotes!