jueves, 6 de marzo de 2008

Violín

El camino torcía y la lluvia me obligaba a seguirlo para permanecer bajo techo. Los charcos me hacían zigzaguear y mirar hacia abajo, pero algo que llegó a mis oídos llamó mi atención y levanté la vista.
Allí sentado estaba él, con esa inconfundible ropa de desconocido, el pelo cubierto de canitas alegres y apenas una mueca invariable en su rostro. Acomodado bajo el mentón y sobre el hombro sonaba un violín, acariciaba una música extraña que invadía el espacio y que el ruido de los autos no dejaba llegar hasta la plaza.
El nombre de aquella galería calzaba perfecto en la figura del hombre solitario y pasivo, escudriñando la nada con una música particular, quizás pidiendo de la vida nada más que unas monedas, no para saciar hambres y darse lujos, sino más bien para reconciliarse con ese placer de estar en el mundo y tocar el violín.
Quién sabé cuánto tiempo habría pasado desde aquella primera vez, probablemente con manos torpes e infantiles, en que habría de tensar las cuerdas y oler la madera.
Recuerdo que pasé bastante rápido a su lado, apresurada por la lluvia y el fracaso, no reconocí la música pero los sonidos me golpearon el pecho y al fin percibí la tarde derrumbándose, como aquella pequeña gran alma junto al desconchado violín.
Y así siguió la música, marchita y solemne, acompañando el olvido de quienes al fin doblaban la esquina y se perdían entre la gente, al comienzo de la avenida.

7 comentarios:

Xaj dijo...

La música siempre sigue, siempre está ahí. Esperándonos. En todas las esquinas.

Saluditos.

Felipe dijo...

En este Madrid que habito, a veces tan desesperante, tan rápido que a veces me asusta la velocidad del tiempo, veo personas que sin conocerlas, estoy seguro, que las echaría de menos si algún día dejaran de estar ahí.
Me refiero aquellas que amenizan los viajes en metro, por el subsuelo de esta ciudad. Aquellos que nos cantan durante apenas cuatro segundos que son lo que tardamos en atravesar los pasillos de este mundo subterráneo.
Su música es la inyección que nos falta para poder aguantar lo que ese día nos va a acontecer, el soplo de aire que nuestros pulmones necesitan, un canto a la vida.
También aquí hay un hombre solitario, que triste decir esto, cuando a su lado pasan cientos de personas todos los días. ¿Cuántos hombres solitarios habrá en el mundo?
Quizás estemos prejuzgando y él es, el hombre más acompañado. Acompañado de su música, de su violín.
Quizás seamos nosotros los solitarios, al no tener un trozo de madera al que abrazar y un olor que sentir.

Gracias por tus palabras, por tu sensibilidad y por haberme hecho una visita.
Un saludo desde Madrid

Cicloescenico dijo...

Quizas nosotros seamos tambien solo unos acordes de una melodia irreconocibles en nuestro paso por la vida.

yo mismo dijo...

¿sabes? los músicos que se sientan en cualquier rincón y son tan generosos que comparten su talento con el resto del mundo, siempre me han dejado entre desconcertado y maravillado. desconcertado porque la mayoría de las veces oigo una música y no sé de dónde viene y maravillado por que son capaces de hacer de un día horrible, lleno de prisas, de angustia, de miedos, de soledad, uno alegre y vivo.

quizá no sepa explicarme, sin embargo tu historia me ha hecho tener la misma sensación que cuando alguien toca el acordeón en un vagón de metro de parís.

:)

Jorgelina Mandarina dijo...

Y pensar que no debio darse cuenta del impacto que ha causado entre todos nosotros el ejecutor de ese instrumento tan precioso...




Saludos amiga!

Rodolfo Serrano dijo...

Me ha encantado. Gracias por tus palabras

.JL. en los afelios dijo...

Enorme texto.

Un violin a veces es un hombre gritando ayuda, o llorando lentas lágrimas negras como decía Neruda.
Doblar la esquina y encontrar quizá de golpe alguién que podría amar y sin embargo se marcha.

Curioso.

Fantástico.

Un beso. Jl.