martes, 3 de enero de 2012

El agua de los aires acondicionados me hace llorar a gritos,

me agobia su intermitencia, su presencia sobre el suelo calcinante de cada vereda.
Las gotas esporádicas en mi cuerpo despojado, rastros del placer consumado por otros, residuo del fresco anhelado en esas caminatas insomnes por las calles de cualquier ciudad.
Desposeída de magia, transcurro, me deslizo, dejo la mente en blanco secarse de angustias, de la distancia que me separa de otros veranos, de los aniversarios nefastos que se celebran con el comienzo de año.
Cada charco es un funeral vacío. Sin embargo, no logro evitar chocar mi cabeza con las gotas que se suicidan cada pocos minutos. Quizás la añoranza de la lluvia sin el desparpajo del olor a óxido, quizás un motivo de queja insuficiente, vano, para contrarrestar mi feliz pasaje por otros mundos.

2 comentarios:

EMILIANO dijo...

que gran título para esta entrada.

"Cada charco es un funeral vacío."

brillante niña.

María Mácula de Rojo dijo...

el título me hace acordar mucho a una amiga