sábado, 9 de febrero de 2008

Misándrica

Aveces, simplemente, no hay expectativas. Y uno se mira al espejo con la misma cara cada día, incluso si es el último.
A veces lo mejor es entregarse a la suerte y no prepararse para esquivar futuros golpes, pero la lluvia estimula esa apatía absurda.
Lo empañado de los vidrios va mojando las pocas ganas de concretar algunos asuntos. Las horas vuelan, las manos se cansan de sostener cabezas que se pierden en el ruido de una ciudad abandonada.
Casi hace frío. El día se llena de "casis" y esquinas amenazadoras.
Y de nuevo esa sensación de que a veces, simplemente, no hay expectativas.
Se hunden los años de repente, todos estos años que acumularon fracasos y esperas. Al fin gana la apatía y se cierra el portón. Y ella escribe algunas líneas en un papelito arrugado, como firmando una carta de despedida:

Sé que en parte todo es mi culpa. Me empeño por que se acaben los recursos, me fijo minuciosamente en los requisitos, necesito que se cumplan todas mis reglas y si queda sin tachar algún punto de la lista: ya no sirve.
Quizás un día me encuentre el más imperfecto de los hombres y así rompa el hechizo que me ata a este idealismo. O puede que no. Puede que me encuentre un día tendida en una cama vacía, en medio de lo poco que he construido.
Pero sé que en parte tengo la culpa.
Creo que prefiero ignorar los motivos, creo que prefiero acallar mi razón y perderme en la incertidumbre. Al menos por esta vez.
Y así quizás dé el primer paso de mis ùltimos días, pero ahora sí, conscientemente sola.

La lluvia dicta algunas verdades al oído. La tormenta se espesa hacia el norte, donde los sapos salen a relucir sus cantos viscosos. Está tan frágil el día. Hasta los sapos apuestan al smoking verde y ligan algo esta noche.

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