martes, 28 de agosto de 2007

Creer

Y uno cree en lo que le da la gana, salva cada tarde a su princesa de las llamas del dragón, se esconde del olvido o muere en una zanja. Cada uno busca en sus ropajes las ligaduras que lo aprisionan y decide si cortarlas o no. Porque cada uno cree en lo que quiere, en lo que le da la gana.
Los niños, los viejos, los hombres de negocios, los adolescentes rebeldes, las amas de casa, los borrachos, las putas, los indigentes, las estudiantes, los presos, los religiosos, los hombres, las mujeres, cada uno con su verdad a cuestas, con el miedo bajo las mangas, con la luz en algún sitio.
Los cielos y los infiernos, las estrellas, las casas embrujadas, todas pequeñas piezas de ese universo personal que moldeamos a nuestra medida, como se nos da la gana.
Ganar o perder es relativo, el fin de la calle es relativo y las esquinas y el sueño y las plazas o las oficinas, todo tiembla sobre un suelo imagnario.
Cada uno cree en lo que se le da la gana. Yo creo en la soledad de los ojos, en la agonía de un invierno que se repite cada año. Yo creeré en el hombre que me robe suspiros, creo en las canciones que huelen a revolución, en mis flores favoritas, creo en el silencio. Y también creo en los niños, en sus historias, en sus juegos.
Yo creo en esta ciudad que me habita, en las hogueras extintas, en la poesía. Creo en mi infancia.

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