jueves, 1 de enero de 2015

Año nuevo, aromas viejos

El único 1 de enero que fui realmente feliz está tan lejos que me cuesta volver a las imágenes. Apenas duelen, más bien son puntos de luz antes de la tormenta que me voló hacia rincones oscuros.
Me queda el aroma a té, el aroma a esa caja de madera que todavía conservo y llevo en mis viajes y las promesas de amar hasta sangrar y más. Días después, desde el que hoy es mi barrio, envié ese mensaje que hablaba del olor que todavía tenía pegado en la nariz, haciéndome sonreír mientras soportaba un calor inhumano. La casa con entrada de garage, la piel que no fue, el aire acondicionado enfriándonos los cuerpos mudos, todas esas partículas de felicidad encapsuladas en un aroma que me detonaba al paraíso, que alimentaban mi manía de oler todo cuello dispuesto a recibir mis ganas.
Fue el mejor comienzo de un año durísimo, largamente triste, imposible hasta las lágrimas, de esos que parecen un interruptor hacia el infierno, sin nadie que nos espere abajo.
Esta vez el olfato me puso los puntos, con una zancadilla directa al bobo me trajo a la realidad y al incio forzado del borrón y cuenta nueva. con un aroma diferente a aquel comienzo de año. Todo el último día del año oliendo un perfume que ya no me invita a acercarme y respirarlo como adicta a la merca que aspira una línea, con el síndrome de abstinencia mordiéndome los talones, volviéndome loca, desparramando el llanto disimulado en casas ajenas.
Voy a tener más cuidado cuando haga listas de deseos. Si es un perfume, que sea el más perfecto abrazo conmigo misma. Mi vampírica costumbre de coleccionar cuellos de hombres que necesitan amor por un rato saldrá a buscarte siempre.Saldrá a perseguir la delicadeza de vivir en las alturas, las casas congeladas en el tiempo, el conurbano de los tres puntos cardinales, todo lo tibio de un abrazo de reencuentro, el horror vacui que algunos combaten con el lápiz o la guitarra.
Me voy a tapar la nariz por un rato.

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