sábado, 14 de septiembre de 2013

Pleamar

A veces la chatura lo invade todo. Una masa compacta de sucesos no muy destacables, similares unos a otros, ninguna palabra que valga la pena agregar al diccionario personal, ninguna mirada demasiado intensa, demasiado triste o demasiado viva para nuestro inventario de seres.
Y entonces el vaivén inevitable hace que llegue la montaña rusa. Y así lo prefiero. Donde cada bajada, por más profunda, por más dolorosa o interminable que parezca, valdrá la pena o se olvidará luego cuando uno está en la cumbre y todo desde arriba cobra nuevo sentido.
Y a veces en esa cumbre, es posible percibir el sabor de un beso en una mirada.
Todos los relojes dan la hora en punto.
El lugar perfecto puede ser el cordón de la vereda.
Las esperas no pesan en los pies sino que provocan ese vértigo luminoso de presentir el placer.
Las distancias son antenas que se estiran, que finalmente conectan.
Los silencios se desarman y se vuelven a armar pero en forma de sonrisas.
La marea sube, sin inundar.

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