miércoles, 11 de julio de 2012

Disparidad

A Virginia le parecía secretamente fascinante tener el apellido de un pintor de principios del XX.
Lo llevaba casi con orgullo, pero sin presumir, sin remarcar la casualidad a menos que alguien lo notase y en ese caso sonreía (disfrutaba que alguien se lo preguntara) y descartaba todo parentesco con naturalidad.
Se le había echado a perder la última berenjena, así que aprovechó la mañana libre para hacer compras y al pasar por el puesto de verduras, lo primero que hizo fue buscar con sus ojos el cajón de las berenjenas. Se tranquilizó al verlas allí, con su cáscara oscura brillando bajo el solcito débil de la mañana de invierno.
No recordaba exactamente cuándo había comenzado esa especie de fascinación (porque no llegaba a obsesionarla) con las berenjenas. Sentía que un par de ellas, puestas cual modelo para naturaleza muerta, en su apartamento, era un detalle necesario. Convivían con el resto de colores que decoraban desordenadamente y casi por azar la casa.
Hacía muchos años, en un escenario improvisado del liceo, había participado de la obra Pim-Pam-Pum, de Ionesco, en la que ese libreto absurdo sobre una peste que alcanza una población, había dado la idea a los directores de la obra de poner a dos berenjenas en lugar de niños en un cochecito de bebés. Ahora recordaba ese tipo de cosas y le parecían de lo más simpáticas.
De niña no podía entender cómo esas verduras de un tamaño tan imponente tenían una apariencia tan dispar por dentro y por fuera. Disfrutaba el sabor (sobre todo las milanesas de berenjenas que preparaba su abuela) y admiraba la superficie lisa y brillante de la cáscara, toda su forma la atraía.
Con el tiempo empezó a elaborar una secreta metáfora sobre la berenjena y tener un par de ellas en su casa era una especie de símbolo, de recordatorio para esa creencia personal. A menudo pensaba que estos vegetales se parecían muchísimo a las personas y muchas personas le habían causado el mismo efecto fascinante que le causó descubrir la naturaleza dispar de la berenjena, para bien o para mal. El aspecto exterior es tan disímil al interior que esta incongruencia hace que nos formulemos muchas preguntas acerca de este individuo-berenjena.
Entonces siempre un modelo de naturaleza muerta sobre la mesa, dos berenjenas entrelazadas aprovechando su curvilínea forma.
Se preguntaba si Modigliani alguna vez habría pintado berenjenas...


[otro fragmento, otro personaje de mi experimento de ficción]

1 comentario:

María Mácula de Rojo dijo...

me encantó! me imaginé una Virginia pelirroja de nariz grande