sábado, 31 de enero de 2009

de West Virginia a la Patagonia...

...pero yo llego de acá nomás

Una bolsita hermética encierra unos poemas. Recortados, diminutos, fragmentados y unidos, mezclados, sin orden, en una bolsita hermética de nylon. No es a propósito, pero ahora se me hace un gesto solidario, casi condescendiente de preservación, un mimo material a esos serios y usados pedazos de una misma; transportables, atreviéndose poco a poco a ser públicos, como nunca.

La bolsita reposa en un bolsillo de la mochila, se acomoda pese al calor y los sacudones, acompaña silenciosamente un éxodo premeditado, siendo parte, sin saberlo, de un todo de pertenencias inexactas y casi prescindibles desde el punto objetivo del asunto, pero ínfimamente necesarias por esas vueltas de la sinrazón humana.

Es confuso sentirse demasiado normal, con el presentimiento del anonimato golpeando a cada instante las puertas camufladas del futuro inmediato y del lejano.
Ambos se ríen un poquito de su ingenuidad suicida, le tocan (¿le besan?) la frente blanca por las noches, donde el sueño apenas perturba su claridad de mujer simple, su apariencia de parapeto infranqueable. Dormida, nomás parece una muchacha frágil y compleja, como toda esa red de venas y arterias que graciosamente tornasolan distintas partes de su cuerpo.
Despierta, se endereza con una calma insospechada. Se mira las uñas de los pies, recuerda el ocio de esa tarde en que casi jugando, se las pintó de marrón oscuro. Anónima, todavía anónimamente clara y dulce, sin saberlo.

Cada tanto anota algo o presiente lo que vendrá luego del descanso después del "volver", aunque esa palabra siempre le haya parecido extraña y tan cambiante de sentido (irse para regresar, decía, tener un lugar al que regresar, inventaba que él decía). Volver era algo de antes, cuando se rendía a las consecuencias de volver a empezar. Volver ahora era un lastre que de alguna manera le impedía, justamente, planear nuevos comienzos.

Pero empecemos por algo, dice en un rincón, con kilómetros de papel en la falda, con los pies descalzamente infantiles (las uñas de marrón oscuro), los brazos tapizados de venitas azules, la cara algo indecisa a jugar el juego. Empecemos por burlar la geografía (burlar la geografía, repite para adentro), por ejemplo. Y señala puntos aleatorios en un mapa: West Virginia, lee en voz alta, como si a alguien le importara. Georgia (y el azar le trae ese lugar donde alguien alguna vez quiso esperarla, blondas amistades de antaño), Colorado, dice hacia adentro, con la pronunciación que emplean sus habitantes y no la original (y ríe al darse cuenta), mientras sigue con el dedo en el mapa y abandona el azar para repetir, ahora en voz alta y solemnemente: Michigan, señalarlo, mirar arriba, abajo, intentar ubicar ciudades, aeropuertos y carreteras, mientras se le cuelan las palabras del poema reciente y ese verso que tanto le gusta: "Glittering dreams over the horizon". Un poema bilingüe bastante malo pero cargado de inside-jokes (blondas amistades de antaño).
Retoma el azar, ve puntos en un mapa siniestro y de nuevo burlar la geografía, se dice, se predica, se autocompadece señalando abiertamente Córdoba, Varsovia, Bucarest, la Patagonia... y casi queriendo cruzar, como si dar un saltito y estar Antártidamente fría... y al mismísimo fin del mundo y qué lindo llegar.
De West Virginia a la Patagonia, piensa, raros destinos, azar, inhóspito azar, serían otros "sueños brillantes sobre el horizonte" y de nuevo anónima, pero de nuevo blanca la frente y de nuevo bilingüe y de nuevo las ganas de burlar la geografía y de nuevo las ganas...

Bajamos, Rivadavia, recordando la mitad del nombre del bar que podría salvarnos la noche. Las mesas nos ofrecen excusa de distracción, leyendas, fechas y marcas vetustas, históricas. Sorteamos la tentación de acariciar las mesas, de ofrecerles la visión inversa de nuestros escotes y aceptamos otras cervezas. Una vez más burlando la geografía, una vez más dejo ganar al azar la posesión de un recuerdo.

De West Virginia a la Patagonia. Recorta las palabritas del mapa. La bolsa hermética de nylon. Junto a los otros papeles. Parece el preámbulo de un sorteo. Pero no. Espera secretamente que los destinos al azar le digan algo. Los revuelve con ojos de niña. Pero callan.

viernes, 16 de enero de 2009

Conveniencia

Hay una gotera sobre el techo de confortable soledad. No puedo dejar que vengas y dejarte entrar y dejarte endulzarme con gestitos ubicuos, tiernos, masticables, aparentemente inofensivos, dignos de una decisión impetuosa por atravesar el mundo... y que nada más sea una chispa momentánea de cariño exaltado.
La tela ardiente en la playa salta montoncitos negos de preocupaciones, ata los cables de alta tensión que amontonás bajo la cama, pierde la confianza del reloj de arena, abraza cardos de forma esperanzadora.
Harta de histeriqueos comprados en los chinos, busca el renglón donde pifió la mala suerte, hunde el cuchillo en una noche cualquiera, mientras la luna se suicida de golpe y porrazo entre las piernas de una vecina perversa.
Abre el pecho, flores color piel se mojan en la lluvia con pasaporte vencido. Pegás la vuelta, niño, pero te refugiás como un perro perdido en la primera falda que te mira con ojos compasivos. Ya basta de cuentos en noches de calor. Tus dientes de perro desafilado, de perro con collar de plata, rascan los huesos de la pobre dueña que se cree la sinceridad del mover la cola. Finalmente, te parecés más a un gato, con casa pero sin dueño, volviendo siempre a los mismos ratones, a las mismas esquinas de barrios linderos, pero al final del día, amontonás tus bolas de pelo en la playa hospitalaria de una ama rota.

sábado, 3 de enero de 2009

Yo, tú, ella, él ¿quiénes?

Ella escribe sobre ella misma. Supongo. Intuyo. Sospecho. Ella, la mujer, la otra, escribe, se describe, o quizás escribe sobre una desconocida que conoció y que es un poco ella. Dolores, búsquedas, escribe. Y esta otra piensa que la mujer, la otra, escribe sobre ella misma, porque no puede llenarse.
Y es todo tan raro, se dice, ella, leyendo a la mujer, a la otra, él leyéndola en una charla aparentemente normal, pero a su vez leyendo a la mujer, comprendiéndola y queriéndola. Callándola.
El cuarto tibio. Un cuarto tibio cualquiera, replegándose en la memoria de un invierno nevado. El cuarto tibio, piensa, sopesa entre las dudas y las rarezas del paralelismo que lee. Descubre que puede recordar sensaciones. No sólo las imágenes de un pasado lejano sino olores, temperaturas. La cama ancha, inabarcable. Fría e inabarcable. La cama para ella sola. Y el levantarse, cruzar al baño, la casa tibia. El cuarto tibio.
Lee: "el cuarto tibio" en alguna parte espera por una inmensidad que no es la suya. Espera, y relee, y lo lee a él, casi flotando, casi deseando que las palabras sean manos.
Las manos.
Las estaciones se repiten en ramitos de geranios y jazmines. Lo lee, quiere decirle tantas cosas. Él lee a la otra, la abraza con halagos y la comparte, la ofrece, deliciosamente la saborea en los ojos de otros, aunque secretamente es suya, la otra, no ella.
La otra escribe sobre ella misma en un libro desordenado, la divierte y se palpa la cara, deja el libro reposando en su pecho, pensando. La otra, la mujer, la hace pensar en él que se arrima, pero que siempre lejos. Pero que siempre arde en la piel sin ser tocado. Y ella, con sus manos, con su nada incandescente, sonríe con palabras.
Las estaciones se repiten. Ya sabés la historia. Ella, la otra, te la contó. Y más, sabés qué fue ficción y qué no de aquella historia, sabés por qué hay un libro dentro de otro.
Y yo pienso en la nieve. En los recuerdos tan ajenos a la nieve que me trae la nieve. Es raro. Tan raro como que yo piense en ella, y ella piense que la otra, la mujer, escribe sobre sí misma, para que al fin piense yo en él. O ella, que piense en él que no le entrega las palabras que necesita oír, pero que sigue, en su parapeto blindado, regalando soles.
Las manos.
Y la nieve.
Y tener que partir (sólo, a veces, para tener que regresar)
Es así, le dice ella. A veces lo que importa es el regreso y uno parte, con todo lo que implica, para hacer algo con el viaje. Y luego la celebración o la culpa o la nostalgia del regreso. Me pone incómoda que importe más el regreso. El viaje a veces solo importa si hay lugar a dónde regresar, le dice él. En realidad no le dice nada, ella se imagina. Sería una buena respuesta, probablemente él la daría.
La nieve.
Las manos.
El viaje.
Y se olvida del piano en que le enseñaron unos pocos compases, se olvida, pero ahora recuerda. Y recuerda que le dijeron que a veces no es cuestión de la cantidad de tiempo, sino de la intensidad con que se viven los momentos. Y piensa en ella, en la otra, la mujer, de alguna forma siempre la hará pensar en él de esa forma. Debe buscar otra. Saber que la mujer escribe sobre sí misma (o intuirlo, o sospecharlo) y que él lee en vivo a la mujer, la lee a ella y nada más espera.
¿Y a quién espera?